Santuario de la supercomputación

Carme Alborés CON CALMA

BARBANZA

EDUARDO PALOMO | EFE

La cosa más hermosa que podemos experimentar es el misterio

26 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

A la señora María siempre le gustaba acudir a los santuarios, sobre todo el día de la romería del santo. Solía ir en grupo, muchas veces después de una larga caminata, siempre provista de una buena cesta de comida. Todo el mundo se agolpaba para entrar en el templo, en el que ella siempre se sentía invadida por un profundo misterio y emoción.

Le impresionaba el olor de las flores y del incienso, las velas, la gran cantidad de gente, pero lo más importante era siempre acercarse a donde se encontraban las reliquias, y cuando salían en procesión con el santo, ella se acercaba, a empujones, para tocarlo con su pañuelo, o con la vara de guiar a los animales, y le emocionaba ver como el viento mecía las joyas, los billetes, incluido el suyo, adheridos a la imagen del santo.

Hoy volvía a sentir la misma emoción, iba a visitar en Santiago un santuario tecnológico, el Cesga. Cuando llegó ya se había congregado un grupo de gente, todos con la misma curiosidad y emoción. Al fin salió un oficiante, o sea un guía, que los invitó a entrar.

Lo primero que les mostró fue el origen de este santuario, unas máquinas remotas y un enorme disco cerámico, aunque lo verdaderamente importante estaba reservado en el interior.

Cuando entró en el sancta sanctorum del edificio quedó todavía más sobrecogida: unas enormes máquinas de supercomputación que trabajaban día y noche proporcionaban datos a empresas, a los barcos en alta mar, a los servicios médicos, y muchos datos a los meteorólogos. La sala de las máquinas era blanca, bastante ruidosa por los ventiladores que soplaban con fuerza. El guía, ya para terminar la visita, les explicó gran cantidad de datos y aclaró muchas dudas a los visitantes de este gran centro de cálculo.

La señora María recordó cuando en la escuela hacía sus cuentas, a menudo se equivocaba y tenía que borrar la pizarra y empezar de nuevo, solía ser más exacta en sus propios cálculos mentales, no fallaba a la hora de calcular cuánto ganaría al año vendiendo las docenas de huevos de sus gallinas, y cuantos pollos necesitaba vender para equilibrar sus gastos. Le impresionó el saber que estas máquinas hacían millones de cálculos y eran infalibles.

Albert Einstein decía: «La cosa más hermosa que podemos experimentar es el misterio. Es la fuente de toda arte y de toda ciencia».