Inventario de una caminata

Gonzalo Trasbach
Gonzalo Trasbach (IN)SOMNIUM

BOIRO

27 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Mañana de pájaros en febrero. Último sábado del mes. Al sol: cálida, agradable temperatura. A la sombra: aún hay esquinas perladas de rocío blanco. Hace frío. Ante la inmensa abertura luminosa y azulada: paparrugos, paspallás, labercos, bandadas de gorriones, lavandeiras y palomas, poblando el panorama.

Cuervos gruñendo en las altas copas de los eucaliptos y, por encima de la corriente del río, dos misteriosas pegas dialogando entre el entretejido ramaje de los salgueiros. Recuerdas: hace unos días, cuando cruzabas, acompañado de tu amor, el puente que atraviesa el fondo de la ría, una escuadrilla de cormoranes regresaba a su base en Bico do Mar tras una inspección rutinaria.

Conservan aún la mayoría de las mimosas sus frágiles flores amarillas, tal vez las más madrugadoras del nuevo año, cuando ya todo prácticamente anuncia el alumbramiento de una nueva primavera: ameneiros y salgueiros floreciendo. En la olvidada esquina de un huerto, la solitaria magnolia exhibe recatada y temblorosa la belleza de sus flores blanco-violeta (un vecino te explica la diferencia con el magnolio). Cerca de un arroyo, protegido entre árboles, un rododendro se desangra por sus cinco lóbulos sonrosados.

Caminas por el borde del río: desciende pleno de vitalidad, incluso eléctrico en algunos tramos de su tortuoso curso. Si te encanta su música, más te embelesa el melodioso rumor cantarín del agua de los regatos que desembocan en su lecho cristalino. Hay hombres trabajando en las viñas. Un señor mayor confirma la lenta agonía de un mundo: está cortando sus cepas, junto a otro viñedo que ha quedado sin podar. Otros recogen grelos, limpian testas de fincas y cargan los restos en tractores, y más a lo lejos, otros labran la tierra, tal vez andan plantando patatas.

Ladran los perros al paso del caminante. Rompen el discurso silencioso de la mañana. Llora un niño en una casa, de donde sale un rico olor a comida. Un hombre y un rapaz avanzan en sus bicicletas por la carretera perseguidos por un can neurótico. Una yegua pace dócilmente atada en un campo de verde hierba. Al amparo de un alto muro, lucen sus colores los limones y naranjas bajo la irisada luminosidad del mediodía.

Cruzas el nuevo puente de madera sobre la mítica palangana llamada en su tiempo Pozo Negro. Te detienes: dos patos se sostienen estáticos, como si estuvieran fondeados, imperturbables en medio de la oscura corriente. ¿De verdad que nadie se baña dos veces en la misma corriente como dicen que había afirmado Heráclito, el oscuro presocrático?.