Has puesto en marcha la grabadora de la memoria. Escuchas voces que de ti se burlan sin piedad. Como estrellas maliciosas que son, pronuncian palabras insidiosas. Son voces que persisten en señalar, que han renegado de la comprensión. A medida que la vejez avanza, ellas despiertan, agitan, los fantasmas de un tiempo pasado, de una divertida juventud que nunca más volverá. Son voces que se alimentan fácilmente en los terrenos de Internet. Pero como las buenas cepas, la sabiduría, para solo rozarla, exige el esfuerzo de labrar en tierras áridas, en la duda y en el poner en cuestión lo que se nos sirve en bandeja. Son estas voces devotas del estigma y del maniqueísmo. Voces que ignoran que solo aprendemos a leer o a escribir después de abrazar palabras que rezuman silencio, lo cual requiere callarse y escuchar pacientemente.
Son voces duras, agrias, hirientes, que sueltan palabras que no proceden del diccionario de la infancia, el reino donde siempre ha habitado El principito, un paraje que no acostumbran a visitar los héroes y próceres que admiran y vitorean, pese a que ni siquiera los conocen. A veces parecen desconocer su lugar natal. Mas si no conocen su procedencia, es que serán hijos de ninguna parte. A esas voces respondes afirmativamente: «Sí. Una vez fui como somos todos. Pero después, sin saber cómo, me desvié del camino. Cuando lo recuperé me dediqué a la juerga. En las tabernas y burdeles os conocí. Así que, tampoco sois mejores que uno. Además, para que os conste, el Ángel guardián de la muerte y de la vida, de la eternidad y del instante, siempre me ha protegido, pues también lo socorrí una vez en medio de la noche».
Estas voces que levantan de su sosegado sueño a los fantasmas del pasado ignoran el castillo de Elsinor. Incluso puede que ni sepan el nombre del príncipe real de Dinamarca, y menos aún la pregunta o interrogante que lanza al aire en su doloroso delirio, y que, según Álvaro Cunqueiro, es esta: «¿Puede un hombre, al mismo tiempo, ser y no ser?». El escritor de Mondoñedo habla del Hamlet hombre, no de la figura institucional heredera del trono. Seguramente estas chirriantes voces desconocen que las piedras con las que se levantaron los gruesos muros de la ventosa fortificación nórdica no procedían de la cantera de Runs, sino que habían sido extraídas de la noche húmeda y compacta de la que todos somos hijos, aunque nosotros, tan laicos y poco dados a relacionarnos con lo misterioso, no nos lo creamos.
En realidad tales voces odian la fortaleza de los viejos y lejanos fantasmas, como los de Elsinor, que descubrieron al asesino del rey y a su cómplice. Y cuando, de improviso, las oyes en los lugares públicos, notas que se sienten importantes, aunque carezcan de importancia. Sin embargo, da la impresión de olvidarse que nuestros nombres han sido escritos en la arena de la playa, por eso nuestras lágrimas saben a salado. Como casi nunca alzan la mirada, como si no sintiesen interés en conocer si el cielo las ha abandonado o no, pueden incluso no recordar que, corramos lo que corramos, a todos nos espera lo que nos acecha desde siempre.
Algunas de estas voces han vuelto a señalarte pronunciando con acento metálico la palabra maldita. Tus fantasmas no vagan por Elsinor. Sobrevuelan en los días de primavera la tierra de la infancia, de la adolescencia, de la madurez y también de la vejez. Que es a su vez la tierra de los sueños o de la herida. Pero nunca el lugar del olvido. Estas voces no saben deletrear La sílaba sagrada: OM (Allan Watts). Pero están a tiempo de aprender a callarse las palabras que lastiman y hacen daño, pues aunque no lo lleven grabado a fuego en la memoria, nuestro saber, científico o tecnológico, es tan irrisorio como la hoja de un árbol bajo una tormenta. Aun así, nuestro pequeño amor reconoce la suave llama del deseo: ¡Venturoso 2022 para todos!