El paso por la vida está trufado de oportunidades, y de la decisión de cada uno depende aprovecharlas y disfrutarlas o rechazarlas e ignorarlas. Yo he tenido la inmensa oportunidad de conocer a Jesús Alonso Fernández y la enorme fortuna de entablar amistad con él. Y no, no le conocí en la política, ni siquiera como empresario. Le conocí como padre de mi amigo Javier, siendo niños, en esa etapa en la que vives ajeno a las preocupaciones de los adultos, pese a estar entre ellos, en el campo de Barraña viendo a nuestro Boiriño, en el centro cultural o en los actos sociales festivos, convivencias habituales de los pequeños pueblos como era Boiro.
Con los años, mi madre, Filomena (casualmente, el mismo nombre que la madre de Jesús), me contó que, como yo con Javier y nuestra panda, ellos formaron parte de un grupo de amigos de la adolescencia; y mi padre mantuvo amistad con él hasta que la enfermedad los separó hace poco. Le gusta recordar que cuando se veían le preguntaba Alonso: «Moncho, cantos anos tes?». Y él le contestaba: «Jesús, xa sabes que teño dous máis que ti, como sempre».
Ya de adultos, las labores profesionales nos acercaron más, lo que me permitió descubrir al hombre grande que fue. Y para mí, hombres grandes son aquellos que no dejan indiferente a nadie. Son personas a las que se quiere mucho, se odia un poco y se envidia muchísimo. Creo que es de hombre grande ver una oportunidad donde nadie ve nada, ponerla en marcha, y cuando va bien, en vez de habitar en esa zona de confort, seguir apostando por tu iniciativa, desarrollarla, multiplicarla, diversificarla y pasar una vida entera alimentando aquel sueño de juventud.
Hombre grande es también quien, a pesar de su trayectoria triunfante, no renuncia a sus raíces, a su gente, convive con sus vecinos, con los que disfruta y sufre, a los que se dirige por su nombre, a los que pregunta por este u otro familiar, a los que trata de ayudar en momentos difíciles e, incluso, ante los que se pone a su servicio, aunque la factura de la incomprensión sea inmensa. Es asimismo hombre grande el que comparte los beneficios del fruto de sus triunfos en el desarrollo social de sus vecinos, el que siempre está ahí cuando se necesita. Es propio de hombres grandes superar mil y una adversidades, y resurgir de ellas redoblando esfuerzos y convirtiendo las desgracias en oportunidades, sin dejar tiempo para el lamento.
Jesús Alonso me dio la oportunidad de ver de cerca su grandeza, estando a su lado en dos momentos durísimos de su vida: cuando se quemó la fábrica de Guatemala, en el año 2002, justo el día antes de la inauguración; y cuando dejó la alcaldía de Boiro al perder la mayoría absoluta, por un solo concejal, con la que había gobernado ocho años. En ambas, a aquella persona que tendría que estar destrozada le sobraban fuerzas para repartir a diestro y siniestro y subir el ánimo de sus equipos y amistades.
La grandeza de las personas se mide también por el cariño y el rechazo que generan, sentimientos a los que nadie es ajeno, pero la clave está hacia donde se inclina el fiel de la balanza, y Jesús llevaba a sus espaldas toneladas de cariño que se ponían de evidencia cada vez que entraba en la fiesta de Navidad de Jealsa y las más de mil personas lo recibían a él y a su familia en pie y con un sonoro aplauso y A rianxeira sonando de fondo. Especialmente en la cita del 2017, en aquel momento de su intervención en el que no lograba mantener el discurso porque ya le fallaba la memoria y de entre el público se escuchó exclamar una sentida voz femenina, «¡tranquilo Jefe!», a la que siguió un emotivo aplauso.
Físicamente se ha ido el hombre más grande de la historia de Boiro, pero lo bueno que tienen los hombres grandes es que saben por instinto dejar un legado, una huella imborrable, y el dolor que produce su marcha pronto se transformará en una memoria llena de satisfacción por el hecho de haberlo conocido, disfrutado y llorado.