Me gusta imaginar cómo pudo ser la vida en mi zona en otras épocas. ¡Qué bueno sería que la comarca contase con un museo etnográfico de su industria conservera! Me imagino a la señora Montserrat saliendo de misa de la parroquia de Muros en un día de fiesta. Me la imagino hablando en catalán con su esposo, aunque también seguro que sabría hablar castellano, y el gallego lo entendería, puesto que lo oía hablar con frecuencia a las trabajadoras que estaban en su fábrica de salazón manipulando el pescado. Montserrat saludaría a su amiga Rosario, que iría muy guapa, ataviada con su traje de muradana y el sol haría brillar sobre el paño negro los brocados, los fieltros o los adornos de guipur sobre su saia, la chaqueta o el mantelo; contrastando fuertemente resaltaría su colorista mantón de Manila, así como sus pendientes de filigrana. Todo traería a la memoria de Montserrat el vestido de pubilla para ir a la fiesta de la Virgen de Montserrat. Pensaría que tal vez estaría bien decirle a su marido que en los finos papeles que cubrían los tabales imprimiesen una imagen de una mujer vestida de pubilla catalana o ataviada como una auténtica muradana.
Montserrat comería ese día con su familia en el comedor adornado con finas lámparas y sentada en una mesa con porcelanas inglesas traídas por los barcos cuando volvían de Inglaterra después de descargar el pescado de su fábrica. La comida estaría servida por unas jóvenes criadas de Muros o miñonas como ella las llamaba. Comerían un buen asado de ternera, un buen pescado, un sabroso pan horneado en Muros y seguramente de postre Montserrat mandaría preparar una exquisita crema catalana y para beber, saborearía aquel delicioso vino dulce que solían regalarle los frailes franciscanos del cercano convento de Louro a cambio, claro está, de los tabales de pescado que ella les enviaba al convento cada año. Carmen Alborés. Outes
Puede enviar sus textos a la dirección de correo electrónico redac.barbanza@lavoz.es