Sus fachadas no superan los tres metros de ancho, sin embargo, familias numerosas residían, y siguen, en las construcciones más singulares de Rianxo
25 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Un punto de parada obligada en cualquier visita cultural a Rianxo se encuentra en A Praciña, una plaza pequeña, como su propio nombre indica, que sin embargo atesora una de las mayores representaciones del patrimonio arquitectónico de la villa marinera: las casas do remo. Una treintena de estas construcciones se concentran en ese punto de Cabo da Vila, y entramos en dos para ver cómo se vivía y cómo se vive en la medida de un remo.
Porque las palas que los marineros empleaban en sus embarcaciones eran las que marcaban el ancho de las casas, que oscilaba ligeramente según el remo, pero que no superaba -si es que los alcanzaba- los tres metros de ancho. «E non tiñan máis que un piso, non como agora, que a todas lles deron altos», remacha Francisco Galván mientras cose unas redes y azuza a su sobrina: «Esta xente nova non quere aprender a facer nada». En las casas do remo no hay recibidor ni nada que se le asemeje, porque se aprovecha hasta el último metro de espacio, así que cuando uno abre la puerta se mete de lleno en la cocina. Allí está Galván enfrascado en su labor, que interrumpe para explicar la historia de estas construcciones.
«Eu non nacín nesta casa, nacín noutra parecida un pouco máis aló, antes eran todas máis ou menos iguais. ¿Sabes por que son do remo? Porque os barcos eran todos a remo e gardábanse nas casas para que non chos levaran, por iso tiñan que caber dentro. Agora hai galpóns, pero antes metíase todo nas casas, os remos, as redes, as embarcacións e oito ou nove fillos. E collíamos todos», cuenta Galván.
Historias terribles
En la estrechez de estas viviendas también cabían historias terribles, como la del abuelo de Santiago Mosquera. Mirando los retratos de sus antepasados en el inmueble en el que vivió de niño, cuenta que su abuelo murió por los estragos de su estancia en el campo de concentración do Castillo: «Estivo preso porque era republicano, e o seu irmán era o seu vixiante na cadea».
Anécdotas familiares aparte, Santiago revive su niñez cuando entra en la casa do remo, que, como casi todas, tiene una entrada por A Praciña y otra al paseo de A Ribeira: «O mar chegaba á porta e conforme entraba por unha saía pola outra e tirábame á auga». En la que hoy es la habitación principal, antiguamente había dos, necesarias para dar cabida a las nueve personas que vivían en el inmueble. En un altillo se guardaba el material de trabajo, bajo las escaleras se habilitó el cuarto de baño, y para ir al dormitorio del fondo había que pasar por otro. A falta de ancho, se aprovechaba el largo, y más cuando se hizo el relleno portuario y la mayoría de esas viviendas ganaron metros.
Más tarde, empezaron a crecer hacia arriba, y las que siguen ocupadas tienen más superficie que muchos pisos: «Nós somos seis na casa, cada un ten a súa habitación completa, e aínda nos sobra unha», explicaba una vecina de A Praciña. Lo corrobora Galván: «Vívese coma en calquera casa, hai pisos moito máis pequenos. En Madrid e por aí pagan 300 ou 400 euros por unha habitación na que non collen dentro».
«Encantaríame poder arranxar a casa e vir vivir para ela, para min sería un soño»
Era apenas un chaval cuando Santiago Mosquera se mudó con sus padres a una nueva casa y dejó la del remo en la que se había criado, y en la que compartía habitación con su tío. Pese a ello, le gustaría volver al hogar de su niñez: «Encantaríame poder arranxar a casa e vir vivir para ela, para min sería un soño».
Aunque en estas viviendas es imposible cruzarse sin tropezar, y no hace falta estirar demasiado los brazos para tocar las dos paredes laterales porque el ancho oscila entre los 2,5 y los tres metros, el aprovechamiento del espacio es sorprendente. En una casa como la de Mosquera, con bajo y planta superior, y que tiene como único añadido los metros que se ganaron a costa de comerle terreno al mar, se distribuyen una cocina, sala, un aseo y tres habitaciones. En otras en las que el inmueble ha ganado en verticalidad incluso hay quien ha habilitado dos viviendas independientes, una con entrada desde A Ribeira y otra desde A Praciña.
Antiguamente, estas casas do remo eran las viviendas típicas de los marineros, por eso están estratégicamente situadas cerca del mar, lo que les aporta un atractivo más: «Era o máis práctico, porque así a xente tiña as traíñas ao pé da casa e botábaas ao mar sen ter que andar a transportalas». Por esta razón, además de en A Praciña, sobreviven algunos ejemplos en la zona de Rinlo, desde donde tienen acceso directo al paseo marítimo. Una de esas construcciones fue adquirida por una mujer de Madrid que la está rehabilitando.