Hace 25 años que Björk rompió el manoseado mapa del pop establecido como norma imperante a comienzos de la década de los noventa. Después de echar el candado a su etapa de pirata rebelde al timón de la nave The Sugarcubes, la islandesa dejó Reikiavik y se mudó a vivir a Londres. Fue en la capital inglesa donde comenzó su singladura musical en solitario con un álbum que, con el paso de las campañas, se ha consolidado como un clásico en el panorama internacional: Debut (1993), que cumplirá el cuarto de siglo de vida el próximo mes de julio.
Es, sin duda, el disco referencia y de visita obligada en la larga e intensa carrera de la artista nórdica. Se trata de un álbum construido sobre 11 canciones notables, algunas de las cuales se han convertido en históricos himnos de la música popular de los últimos tiempos. En este sentido, recordamos a Violently happy, una melodía revestida de un house selvático, adornado con capas de beats que se van superponiendo y luego van desapareciendo, para un poco más tarde volver a escena. Big time sensuality, dominada por un house muy juguetón, fantasioso y hedonista.
Human behaviour, tema que es toda una declaración de intenciones en el arranque del repertorio, y que semeja el crepitar ceremonioso de un ritmo magnético que fluctúa entre la música disco y el dance, de un sonido tribal a un groove conectado con un sediento pálpito humano. Y, por supuesto, Venus as a boy. Si la anterior era un golpe en la línea de flotación de la era britpop, esta, dotada de un inigualable encanto exótico, es un bombazo en el corazón de las filas del revival reinante entonces.
Durante la escucha de todos los temas, uno tiene la sensación de estar asistiendo a un desconcierto total. Y esto es así porque, creemos, el álbum ha sido concebido a base de artificios, pero no como algo despectivo, sino como una virtud, como un modo de entender el hecho creativo sónico, de manipular ciertos elementos o herramientas para ponerlos al servicio de la obra, una obra edificada sobre estructuras digitales, las cuales favorecieron el encumbramiento paradigmático de una vocalista singular, furiosa y tierna a la vez, nihilista por un lado y combativa y rupturista por el otro.
En suma, estamos hablando de un trabajo sobresaliente, confeccionado sobre plazas sonoras en las que imperan la quietud y la trepidación rítmica. Se trata, sin duda, de una joya sónica indispensable para los coleccionistas de la producción de la cantante islandesa, que entre nosotros los tiene, y son muy numerosos.