Un sueño en cuatro noches

RIBEIRA

matalobos

05 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

(IN) SOMNIUM gonzalo trasbach

 Fuera de la libertad de soñar, como cuando éramos niños, ¿qué otra tenemos? ¿No es acaso cierto que solo dentro de un sueño que sueña con la libertad es cuando somos auténticamente libres? Tal vez por eso seguimos soñando con nuestros sueños, con nuestros anhelos, con nuestra sed de aventuras, con nuestras fantasías, leyendas y mitos.

Así pues, una de estas noches pasadas, después de que el día anterior viera el vaho de la escarcha cubriendo los campos, soñé que atravesábamos una lejana y larga cordillera. Sobre estrechas y cuarteadas carreteras, avanzábamos entre fragas de alcornoques y alerces, mientras hojas amarillas caían sobre el parabrisas del todoterreno. Pasábamos al lado de húmedas cabañas construidas entre frondosas arboledas sombrías. Más tarde seguimos durante horas el cauce de un estrecho y caudaloso río que nos adentraba por entre las montañas hasta que llegamos a una cumbre desde donde avistamos a lo lejos los picos más distantes, pedregosos y yermos.

Otra noche soñé que habíamos ido hasta allá arriba porque habíamos concertado una cita con una enorme osa parda que habitaba aquellos agrestes parajes, para hablar de pescar y comer salmón salvaje. A cambio, nosotros llevamos como regalo para el animal una caja de arándanos que habíamos comprado en un supermercado, en cuya literatura publicitaria se informaba que eran frutos de la alta montaña. La vieja osa observó con detenimiento los botes y al cabo de un buen rato nos soltó: «¿Qué sabréis vosotros de llenar la boca de arándanos salvajes? Nosotros la llenamos hasta cubrir todos los dientes, aunque para eso antes debemos cruzar numerosos pliegues y barrancos de estas sierras. Mas ahora, compartiremos estos que me habéis regalado». Después de escuchar la voz de la osa, soñé que sacaba una mano fuera del sueño, sentía frío y me despertaba.

En una tercera noche, más bien madrugada, soñé que caminábamos por una pista polvorienta entre campos recién arados. Después ascendíamos por una ladera antes de penetrar en un pinar de frondosa hierba, en cuyo centro había una laguna rodeada de juncos. Más tarde, entramos en un camino sinuoso que nos condujo hasta una colina, desde donde vimos un mar de nubes cubriendo el lecho del río que atravesaba el valle. Fue allí donde nos establecimos. Dormíamos en chozas de tablas desnudas techadas con paja. En ese mismo escenario, atrapamos una enorme ave gris. La cogimos porque tenía un ala herida. La cuidamos y, cuando se curó, levantó el vuelo y dio varias vueltas sobre el campamento. Volvió al cabo de unos días y, tras dar varios giros, dejó caer de su boca el trozo de una gran manzana roja y fresca. Cuando empezamos a comerla, me desperté.

Una cuarta noche, soñé que pasábamos sobre un profundo río por un puente de cuerdas y tablas, y que nos caíamos a la corriente con nuestras mochilas a las espaldas. Cuando resurgimos del fondo a la superficie, nos agarramos al tronco de un árbol que arrastraba el agua. No había piedras a la vista. Conforme descendíamos, arriba, en un lateral, el sol brillaba en las ramas de los abetos, desde donde, de repente, una bandada de estorninos echó a volar hacia el este. Mientras tanto nos empezaba a llegar el estruendo del agua cayendo en una gran boca, una profunda garganta, y nosotros mirábamos a las nubes, sobre la sierra, el cielo azul, y la muerte a un paso... Al caer en la cascada, luché, braceé y sobreviví. Entonces, desperté y respiré. Volví a dormirme: me vi inclinado en una orilla del río sobre la hierba dando gracias a Dios.