
«Hay una grande y grosera diferencia entre la víctima y el victimismo, aunque las líneas que las separen estén hoy más desdibujadas que nunca»
25 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Hay una grande y grosera diferencia entre la víctima y el victimismo, aunque las líneas que las separen estén hoy más desdibujadas que nunca. En un mundo cada vez más pretencioso e individualista, en el que la dopamina viene controlada por empresas de Cupertino, la sociedad busca de cualquier manera su cuota de protagonismo para generar felicidad irreal a base me gustas, corazones e interacciones de teléfono móvil.
Si Orwell planteó un mundo distópico controlado por un gobierno totalitario; Huxley teorizó otro en el que nos controlaríamos a nosotros mismos a base de soma, droga ficticia que bien podría ser las redes sociales y el smartphone que nos ata hoy en día.
Adictos a esa cuota de atención virtual, da igual cómo captar segundos de gloria. Ocurre diariamente con los famosillos e incluso con la jet set de Hollywood. Nadie es nada en California si no ha sufrido un episodio de bullying, acoso o racismo, todos de hace veinte o treinta años. Como en la Inquisición o en la caza de brujas en Inglaterra y Estados Unidos, primero se condenan a los acusados y después se buscan las pruebas que confirmen el delito. Sea como sea aparecerán.
Porque todo vale por ese chute de dopamina y sentirse el centro de algo. Y ocurre que lo único que se está consiguiendo es banalizar a las verdaderas víctimas. A las mujeres en el infierno del maltrato, al chaval que evita pisar su instituto porque le espera algún abusón para darle una paliza o a los niños que han perdido a su padres porque cuando encendió el motor del coche había una bomba esperando para matarlo. Esas sí son víctimas.