A veces siento que siempre digo lo mismo. Ya llevo muchos artículos encima, no tengo miedo a la polémica ni a elegir la senda equivocada, sin embargo me aterra ser un pesado. Un plomo. Un coñazo. No sé si yo necesito un descanso, pero ustedes lo merecen. Los días se alargan y el verano me recuerda que todos vamos a morir. Morir en bermudas rosas. La única cosa más hortera que tomarse un mojito es sacarse una foto tomando un mojito.
Escribo porque soy un miserable. Todo el mundo tiene sus miserias y las miserias hay que contarlas. Taparlas no sirve de mucho. Siempre he preferido a la gente que se toma con humor sus tragedias que a los intensitos. El que te cuenta entre risas sus traumas endulza la realidad, la crea de nuevo como un buen chef: quedándose corto a veces, otras exagerando en demasía, pero siempre repintando las paredes, volcando el peso del mundo en las carcajadas para conectar con la propia mística de este pueblo. De Ribeira, limbo de la nada y el todo, donde de tanto taparnos la garganta se nos congelan los pies.
Mientras escribo esto mi mujer espera en el salón. Le pedí una horita para hacer el artículo. Una hora que no importa, pero últimamente noto que lo que no importa es importantísimo. Temo que se me dé demasiado bien acomodarme en la calidez del punto muerto. Borrar, escribir, borrar. Las batallas de la mañana. Los imperios de la crueldad. Las cacas de perro. La publicidad en los buzones. El Real Madrid en primavera. Los esfuerzos baldíos. Las ruedas pinchadas. Las bombillas fundidas. El café claro, el futuro oscuro. La vida.