Islas vegetales, un ecoesquema para salvar la biodiversidad

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BIODIVERSA GALICIA

JOSE PARDO

Conservar los muros, charcas,  lindes o enclaves de vegetación en medio de los campos de cultivo es fundamental para la polinización y control de plagas

04 may 2022 . Actualizado a las 19:02 h.

No hay nada más propio del paisaje agrícola tradicional gallego que los muros de piedra que dividen las fincas. Más allá de ser el primer bien gallego en ser incluído en la lista patrimonio cultural inmaterial de la Unesco, esos muros de «pedra seca» que carecen de argamasa son una fuente de biodiversidad. ¿Quién no ha buscado lagartijas en esos muros? ¿O quién no ha visto como crece el musgo sobre las piedras? Solo esas razones bastarían para poner a los muros de pedra seca al mismo nivel que ese montón de islas de vegetación que trazan líneas en los campos de maíz o trigo como candidatos a formar parte de los ecoesquemas que podría incluir el Plan Estratégico Nacional de España para la nueva política agraria común (PAC).

De hecho, en el borrador de propuestas de ecoesquemas _practicas que contribuyen al cuidado y protección del medio ambiente y que son obligatorias para los estados, pero voluntarias para los agricultores_ elaborado por el Ministerio de Agricultura hay uno que habla de dejar espacio de biodiversidad en tierras de cultivo o cultivos permanentes. Concretamente, hace referencia a espacios como muretes, charcas, lagunas, terrazas de retención de estanques, abrevaderos naturales, setos, lindes, islas o enclaves de vegetación que sean refugio, reservorio o alimentos de aves u otro tipo de fauna, insectos o distintos polinizadores.

Muro de pedra seca propio de Galicia
Muro de pedra seca propio de Galicia dfgdf

La importancia de esos espacios está de sobra probada en agricultura. Entre los beneficios que aportan están la atracción de insectos polinizadores como las abejas, que acuden prestas a tomar el néctar de las flores que crecen en esas zonas; ayudan a frenar el desgaste del suelo; almacenan carbono o materia orgánica; aumentan el rendimiento de las cosechas, o ayudan a proteger las plantas frente a condicionantes meteorológicos como el viento. Por no hablar de las lagunas o charcas donde las aves pueden detenerse a beber y de esa manera contribuir también a la polinización, algo de lo que depende la producción de miles de alimentos agrícolas.

La agricultura tradicional, antes de la irrupción del modelo intensivo que promovía el monocultivo, era la prueba más evidente de que la biodiversidad alimenta la productividad. De hecho, en 1996 la Convención sobre Biodiversidad Biológica desarrolló un programa enfocado a promover las prácticas agrícolas que detengan la degradación provocada por la agricultura intensiva y restablezcan la biodiversidad en los campos. Esa es también una fórmula buena para hacer frente a las plagas porque son los propios animales que viven en esos muros o lindes de vegetación los que mantienen a rapa al invasor. Basta pensar en las mariquitas que pueden establecerse en islas vegetales del entorno de un campo de acelgas. Cuando ellas están cerca, adiós pulgones.