
Crónica | La rutina de un jubilado
12 sep 2003 . Actualizado a las 07:00 h.Alfonso Domínguez era un hombre de costumbres. Jubilado, con un hijo, todos los días a las siete de la mañana abandonaba el número 15 de Nóvoa Santos en compañía de su mujer -que se dirigía al trabajo- y de su perro -escolta de largos paseos hasta el puerto-. Testigos de su rutina eran la dueña del establecimiento de apuestas al final de la calle y la empleada de un bar en la esquina entre Ramón y Cajal y la avenida del Ejército. «Pasaba varias veces a lo largo de la mañana tras esas cristaleras», señala un gran ventanal con vistas a la Casa del Mar. «Siempre con su perro», añade. La propietaria del local de apuestas recuerda como «de vez en cuando probaba suerte, como todos los habitantes del barrio». Amable Su vecino de puerta, José Antonio Pita, lo dibuja como un hombre muy amable y cordial, «cuando coincidíamos, siempre me invitaba a pasear con él». En el rellano de las escaleras del edificio que compartían, sin asimilar aún el fallecimiento, cuenta: «Alfonso tiene un hijo y ahora, él y Soledad -su compañera- acababan de hacer una reforma grandiosa en el piso». Otro residente de la calle, en esta ocasión del inmueble de al lado, informa de que «ella trabaja en la Solana». Hasta allí, «se acercaba Alfonso en coche a buscarla muchas jornadas», señala Pita. «Le encantaba el pulpo, y siempre iban a comer a un restaurante de la avenida de Navarra, donde él decía que lo ponían buenísimo».