Reportaje | Los extremos de Europa El Pointe du Raz es la punta del Finisterre francés, un espacio similar al de la Costa da Morte, aunque mucho más adelantado en gestión turística o protección ambiental
04 ago 2005 . Actualizado a las 07:00 h.?isterra y el Pointe du Raz son casi dos gotas de agua, dos hermanos mellizos: un cabo inmerso en el temperamental Atlántico, el occidente extremo de sus respectivos países, con bases graníticas y pétreas recubiertas de especies endémicas. Desde antiguo, ambos enclaves han maravillado al hombre por su simbolismo, por sus leyendas, sus paisajes, sus faros. Pero el Pointe du Raz, sin embargo, es más un hermano mayor que un mellizo. Situado en el cabo Sizun, la punta del departamento (provincia) francés del Finisterre -la Bretaña administrativa está dividida en cuatro-, este paraje es toda una referencia para el gallego sobre cómo se puede gestionar adecuadamente un impresionante recurso turístico, que en ambos casos a atrapa cada año a cientos de miles de visitantes, y cómo se debe tratar medioambientalmente, entre otras enseñanzas. 800.000 visitantes Los visitantes, por ejemplo. Cada año llegan hasta la punta bretona unas 800.000 personas, con un pico de un millón logrado en el año 1996. Unas 200.000 más -incluso no llega a esta cifra, según los últimos datos- que a Fisterra, con la diferencia de que el Pointe du Raz es un Gran Sitio Nacional de Francia. Sólo hay cuatro lugares en este país que merezcan tal distinción, y éste es uno. Ello implica una extraordinaria promoción turística acompañada de grandes medidas de protección. Los turistas, al contrario que en el Monte do Cabo, no pueden llevar el coche hasta la boca del faro -en Fisterra estos días tampoco, pero es por las obras-. Más o menos a un kilómetro de distancia, una barrera de aparcamientos y edificios lo impide. Así que no queda más remedio que hacer el camino a pie o aprovechar gratuitamente el autobús de gas natural -para no contaminar- que una y otra vez va y vuelve al extremo. El coche particular, ya se ha dicho, hay que estacionarlo, y pagar por ello cinco euros. Nadie protesta, al contrario. Los que vayan a pie, no pueden hacerlo por donde les plazca. Para preservar la vegetación del cabo se ha diseñado una red de senderos balizados que, en total, miden unos siete kilómetros en una superficie total de unas 200 hectáreas. Ya sea al principio, ya al final, el turista puede tener ganas de tomar algo o comprar recuerdos. No hay problema. Tampoco hay chiringuitos, sino una especie de pequeño centro comercial, urbanísticamente adaptado al entorno, en donde saciar los instintos turísticos y comerciales, pero también los científicos y los geográficos. En efecto, existe una sala de exposiciones y otra de proyecciones que, recorridas con tiempo, dejan al curioso sin la más mínima duda sobre el lugar. ¿Cómo es posible, por tanto, todo este nivel organizativo? Bruno Cariou, director del complejo, explicó a La Voz que el atractivo turístico no es nuevo, pero sí la gestión actual. A principios del siglo pasado, el Pointe du Raz ya era un lugar al que viajaban personas ricas. En 1930 había cuatro hoteles, además de varias casas. El lugar, por cierto, fue bombardeado or los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, pero después continuó el flujo de visitantes y se recuperaron los pequeños desastres urbanísticos. Hasta que, en 1991, el Estado francés decidió reorganizarlo todo. Se derribaron viviendas, tiendas y construcciones incompatibles con el lugar y se creó un sindicato mixto para su gestión. Los servicios salen a concurso público y el control es muy estricto. Los turistas no dejen de llegar. En el complejo público trabajan 10 personas en temporada baja y 17 en la alta. Además, el reclamo turístico da mucha vida a toda la región, que ofrece muchos más atractivos y da empleo a miles de trabajadores. Tal vez en Fisterra, con un cabo igual de legendario e igual de hermoso, se pueda hacer, alguna vez, algo similar.