
Reportaje | Iniciativas insólitas El argentino Eduardo Díscoli partió de Buenos Aires hacia Nueva York en agosto del 2001 con seis caballos. Llegó a Europa en diciembre. Ahora va hacia Lisboa
06 jul 2006 . Actualizado a las 07:00 h.?odo empezó como una gran ruta ecuestre panamericana, de sur a norte. El 26 de agosto del 2001, Eduardo Aníbal Díscoli partía con sus caballos (tres, entonces) desde Buenos Aires con el propósito de llegar a Nueva York, uniendo las tres Américas, al igual que ya había hecho, 75 años antes, otro famoso aventurero. Díscoli, que hasta entonces había trabajado siempre vinculado al mundo de los caballos, por deporte o por negocio, emprendía una colosal travesía que, casi cinco años después, aún prosigue. Ahora, por tierras de Galicia, adonde llegó en junio realizando el Camino de Santiago. Antes, el 17 de diciembre del año pasado, había puesto por primera vez el pie en Europa. En Amsterdam, gracias a un vuelo transoceánico desde la metrópoli estadounidense que le fue sufragado por Coca Cola. Con él sólo pudo traerse dos caballos, que son los que le acompañan: Jerónimo , un mustang americano, y Chalchalero , un criollo argentino con el que recorrió los 23.000 kilómetros de la travesía. En EE.UU. quedaron dos, y en México, otros dos. El fin de semana estuvo en Fisterra. Alojado en una tienda de campaña, primero en el pueblo y después en la playa de Mar de Fóra, protegido por un pequeño acantilado frente a las olas y acompañado, desde hace unos días, por una amiga finlandesa que conoció en el Camino. Tiene 56 años pero, como dice en su página web (www.deacaballoalmundo.com.ar) aún está en edad de merecer, y al parecer, merece mucho. «En estos años no he tenido novias, porque, como no tengo nada y no estoy en ningún sitio, ¿qué les puedo prometer, qué les puedo dar? Nada. Otra cosa son amigas, compañeras... He tenido muchísimas». Tampoco tiene dinero, pero se lo va sacando con pequeños trabajos, ayudas, actuaciones. «No tengo patrocinador, así que a veces toco en los bares canciones argentinas, me salen cosas, hay muchas personas que me echan una mano. La embajada o el consulado argentino, allá donde estoy, siempre se ocupa de la logística, no del dinero». Sobre la gente gallega habla maravillas, lo mismo que de Fisterra, localidad que le produjo una honda impresión por el significado que ha tenido históricamente como fin del mundo conocido, antes de descubrir el Nuevo Continente. Ahí aparece la vía espiritual del viaje, la búsqueda: «Uno siempre se busca a uno mismo. Busca su identidad y trata de ser mejor persona». Cree que, con tantos kilómetros a cuestas, se va consiguiendo. Y también muestra sus caballos a los europeos, y a los españoles y gallegos: «Ustedes los llevaron a América y ahora un argentino los treae de nuevo aquí», explica, a modo de simbolismo (otro) de su largo viaje. Recuerda con agrado el día del desfile de la Hispanidad en la Quinta Avenida de Nueva York, en el que participó en lugar destacado. En general, no tiene malos recuerdos ni experiencias para olvidar, salvo los inevitables robos. «El primero de todos, en Argentina, cuando salía». Eduardo y su amiga deberían estar ya en trayecto hacia Pontevedra y Vigo. Después, Lisboa. Irá bordeando la península: Jerez de la Frontera, Barcelona, después Roma, Hungría, Jerusalén, Egipto, Túnez, Libia, Argelia y Marruecos. Y de nuevo, a Buenos Aires, para cerrar el círculo. Tal vez tres años más. En sus dos caballos.