Aunque hace ya más de diez años que en mi vida de docente la enseñanza del idioma dio paso a otras materias, también es verdad que durante más de veinte fue precisamente la lengua extranjera el objeto central de mis peleas con los alumnos. Y resulta curioso comprobar como con el paso del tiempo continúa teniendo vigencia la eterna polémica de por qué (aparentemente) los españoles somos tan patosos en materia del dominio de lenguas extranjeras.
Y también es cierto que algo de fondo debe haber en esta cuestión cuando, por ejemplo, todos los presidentes del Gobierno de la era democrática (siendo Leopoldo Calvo Sotelo una excepción, porque su período de gobierno fue tan breve por la previa dimisión de Adolfo Suárez que a estos efectos no rompe con la teoría general) no son capaces de mantener una conversación en inglés con sus interlocutores con ocasión de sus habituales reuniones internacionales.
¿Y dónde está la explicación de tal fallo? ¿Será algo genético? Porque resulta evidente que en todos los planes de estudios obligatorios figura incorporada la enseñanza de los idiomas, y en especial del inglés. Así que el idioma se enseña curso tras curso. Sin embargo, la realidad es que cuando la mayoría de nuestros estudiantes terminan la enseñanza obligatoria, e incluso la que no lo es como el bachillerato, su nivel de conocimiento y práctica del idioma es muy inferior al que adquieren los estudiantes en otros países europeos.
La paradoja es mayor si consideramos que incluso en países colindantes con el nuestro, como lo es Portugal, las destrezas en lenguas extranjeras de sus alumnos son superiores a las de los nuestros, pese a que ambos países tenemos lenguas propias procedentes del mismo tronco común.
Después de mucho pensar sobre este asunto, creo que más allá de si los profesores lo pueden hacer mejor o peor, una de las razones básicas pudiera radicar en la pereza. Me explico. Para los españoles, y debido precisamente a la importancia del español como lengua universal, es muy fácil acceder a todas las películas extranjeras dobladas con lo cual ningún esfuerzo tenemos que hacer para comprender otras lenguas o, al menos, para familiarizarnos con ellas. De hecho, son prácticamente inexistentes las películas visionadas con subtítulos. Pero esto no sucede en muchos otros países, nórdicos o latinos, en los que precisamente lo normal es lo contrario.
Llegados hasta aquí y dando por supuesto que esa fuera la causa, ¿se imaginan qué pasaría si el Gobierno nos saca un decreto-ley recortando los doblajes de las películas, condenándonos a verlas en lengua original? Eso sí que sería una declaración de guerra con consecuencias imprevisibles. Así que me temo que en los próximos años continuaremos buscando una explicación.