S on los grandes damnificados de las actividades deportivas y culturales que llevan a cabo sus hijos. Los padres cambian turnos de trabajo y modifican su agenda social para que los chavales puedan ir al conservatorio o jugar al fútbol. Ejemplos, miles. Llama poderosamente la atención de jóvenes que vienen desde Vimianzo o Fisterra a Carballo para aprender a tocar un instrumento de música. Progenitores que se meten entre pecho y espalda 300 kilómetros a la semana para que su hijo vaya a entrenar a As Eiroas dos y tres veces por semana además del preceptivo partido de fin de semana. Y eso cuando no hay conciertos o torneos de fin de semana. Al sacrificio personal hay que añadirle el económico en forma de alojamiento, comida...
El mérito de estos padres es enorme. De la misma magnitud que su sacrificio. Muchos se juntan para llevar a sus hijos en un mismo coche, compartiendo gastos de desplazamiento. Pero es que además lo hacen en invierno, con lluvia, granizo y viento y por unas carreteras que invitan a todo menos a recorrerlas. Pero ahí están, con el paraguas, bufanda, guantes y chubasqueros puestos. Y todo para que los jóvenes puedan emular a Ronaldo, Messi, Michael Phelps, Vijay Lyer, Sasha Cohen, Alberto Contador...
Los padres tienen claro que es más probable que les toque una primitiva que sus hijos lleguen a ser músicos y deportistas de primer nivel. Pero a los padres no les mueve eso. Les mueve ver que sus hijos disfrutan con lo que hacen. Personalmente me quedo con una imagen. La de las madres de todos los jugadores que participaron este fin de semana en el torneo alevín de Carballo. Gritaban, animaban, se emocionaban con sus hijos... Daba igual el resultado. Eran sus retoños los que estaban ahí, jugando. Para ellas era el premio a horas de entrenamientos, sinsabores, lesiones, horas de coche, de bocadillos, de madrugones intempestivos. Son, sin duda los grandes sacrificados, cuyo trabajo, por desgracia, pasa muchas veces desapercibido.