
Crónica de la Semana Santa, el cine y la diversión de decenios pasados
10 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.Los recuerdos de mis años mozos en Vimianzo se circunscriben a las vacaciones disfrutadas durante mis estudios de bachillerato y Universidad, si bien los últimos cuatro veranos correspondientes a los años 1960-63 los pasé haciendo las milicias universitarias en Monte la Reina y las prácticas como Alférez en el Hospital Militar de Burgos. No obstante, pese a mi limitada presencia en el pueblo los recuerdos permanecen imborrables en mi memoria.
En la década de los 50-60, la Semana Santa en Vimianzo era un acontecimiento de especial relieve, congregando a multitud de vecinos de Soneira. La escenificación de la Pasión de Cristo constituía un espectáculo digno de resaltar. Se contaba con un predicador, por lo general un franciscano, que iba relatando los episodios de la Pasión, conmoviendo con su refinada y apasionada oratoria. Un año, cuando estaba narrando la crucifixión, se dirigía a los concurrentes diciendo (más o menos): «¡Hermanos, ahí tenéis a Jesucristo crucificado, sentenciado por su pueblo elegido, por los judíos, que lo clavaron en la cruz!». El silencio y recogimiento de los fieles era total. No se oía ni el zumbido de una mosca. Pero de pronto, una voz infantil gritó: «Padre, non é verdade, non foron os xudeus, foi Urbano [el sacristán], que o vin eu onte pola tarde como cravaba a Jesús na cruz». Era Luisiño Leis, de unos 9 años, que pretendía deshacer el entuerto y contar la verdad. El franciscano, atónito, no sabía si reír o llorar. La solemnidad de la ceremonia se había ido al garete.
La escenificación del Encuentro de Jesús con la Virgen María, la Verónica y San Juan tenía lugar en la plaza del pueblo, en donde el predicador iba describiendo las caídas de Jesús en su camino al Calvario, así como sus encuentros con las demás imágenes, colocadas en pesadas andas y portadas por mozos forzudos que, marcando el paso, las acercaban desde los portales de las casa vecinas al centro de la plaza en donde se encontraba Jesucristo con la cruz a cuestas. Al contrario que las de la Virgen y la Verónica, la imagen de San Juan era pequeña y muy liviana, motivo por el cual era portada por niños del pueblo que, evidentemente, no eran capaces de guardar el paso. Cada uno caminaba «a su aire», de modo que cuando el predicador requería su presencia en la plaza, salían del portal de la casa del Secretario, situada en lo alto de la calle, bajando la misma a toda velocidad, balanceándose el santo en la anda de un lado para otro, y gritando la gente: «¡Que se cae!, ¡que se cae!, ¡se va a esnafrar!». Por suerte, nunca se cayó porque el santo estaba bien sujeto a la anda.
Las procesiones de Semana Santa eran muy concurridas. Nunca faltaba la banda de música de A Ponte do Porto, que interpretaba todos los años la misma composición. La conocíamos de memoria y tarareábamos en perfecto acompañamiento. Entre los pasos que procesionaban destacaba el de Jesucristo con la cruz a cuestas antes aludido, en el que figuraba también un soldado romano con una espada en la mano y con la cabeza girada hacia la derecha, de modo que a medida que avanzaba el paso el soldado iba mirando a los espectadores situados en la dirección de sus grandes ojos abiertos, amenazándoles con la espada. Manolo Mouzo, un guasón, le decía a su amigo Chilindrán: «¡Ese romano estate a mirar con mala intención!». «Tes razón, Manolo». «Imos cambiar de beirarrúa para que non te mire máis». «Dacordo, Manolo». Claro está que al poco tiempo, al terminar el recorrido, la procesión invertía la marcha y el soldado continuaba mirando y amenazando a Chilindrán, algo que Manolo sabía que iba a suceder. «Manolo, ímonos de aquí que este condenado de romano sígueme mirando mal e vaime dar coa espada na cabeza».
El cine
Los domingos, y algún que otro jueves, había cine a las ocho de la tarde, anunciándose a través de un altavoz que emitía la canción-anuncio «Chocolate exprés, ay que rico es?». Por lo general se proyectaban películas españolas toleradas para todos los públicos, calificadas por la censura de la época con un 1 o un 2. Recuerdo títulos de temática religiosa como La mies es mucha, Balarrasa, Marcelino, pan y vino; históricas como Agustina de Aragón, Los últimos de Filipinas, o cómicas como Bienvenido Mister Marshall y Calabuch. Otras, como La muerte de un ciclista, Calle Mayor, Hamlet o La Violetera estaban calificadas con puntuaciones de 3 (mayores), 3R (mayores con reparos) o 4 (gravemente peligrosas). Cuando se proyectó Hamlet, los administradores del cine eran tres amigos: Calixto de la Fuente, Tino Lema y Pepe Mouzo. Este último se encontraba en la taquilla cuando llegó un paisano, muy cinéfilo, para pedir una entrada. La sesión ya había comenzado (se estaba proyectando el NO-DO) y Pepe le dio la entrada pero le advirtió que la sala estaba llena y no quedaban butacas, recomendándole que fuese al bar de Filomena para que le dejasen una banqueta. Allá se fue corriendo el pobre hombre y regresó jadeando con la banqueta en la mano. Abrió la puerta de la sala y se encontró con un panorama desolador: estaba casi vacía. Enfurecido, se dirigió a la taquilla para darle un banquetazo al taquillero, pero este se había escaqueado en la cabina de proyección, en donde, con sus socios, se desternillaba de risa.
Las fiestas y romerías
El eje de la diversión en verano eran las fiestas de la villa (10 y 22 de agosto), así como las de los pueblos vecinos, con las mejores orquestas: Satélites, con Pucho Portela; Los Trovadores, con Pucho Boedo; Florida, con Diosiño, orquesta X con Manolito; Poceiros; París; Chicos del Jazz, Bellas Farto; Saratoga... Me encantaban las bandas por ejemplo las de Lantaño y Santa Cruz de Rivadulla, con decenas de componentes que deleitaban los pasacalles (alguno les llamaba rompecalles) mañaneros. Guardo especial recuerdo de dos romerías: la de Castrobuxán y la de Cambeda. La primera se celebraba los lunes de Pascua en una ermita cerca de Calo. Mi padre era un fiel devoto de la Virgen de Castrobuxán, y además de llevar la luz eléctrica a la ermita y de ocuparse de su restauración, se responsabilizaba de la organización de la romería, a la que acudíamos a la misa y procesión y después a la comida campestre en la que se intercambiaban viandas que llevaban las familias.