El verbo dimitir es tan difícil de conjugar que parece imposible de aprender. Son casos muy contados las renuncias en política. Casi un milagro. Alberto Sueiro, en Carballo; Xan García, en Neria, o algunos ediles por cuestiones particulares o laborales en busca de acomodo en otros lugares, pero lo que se dice dimisiones por asuntos turbios, en la Costa da Morte, uno entre mil. Hay dimisiones que dejan muy bien parado al que se va. Políticos que saben irse con la cabeza alta, sin tener que esconderse. En la banda contraria está el que tiene que ser expulsado por los tribunales o porque los electores les dan la espalda definitivamente. En el lodazal que se vive en la actualidad tendrían que irse decenas y decenas de políticos y personajes de su entorno. Ni siquiera hace falta repasar la lista de encarcelados, imputados, investigados, acusados e interrogados para ver claro el panorama de la podredumbre. Tendrían, pues, que dimitir cientos o miles antes que Luis Lamas Novo, que deja el listón muy alto para todos los que sean sorprendidos con las manos sucias en las cuentas públicas. En política los errores se pagan, pero él ha apoquinado el suyo con creces. Una especie cordero degollado para el sacrificio por un nuevo orden anticorrupción. En proporción, otros deberían esconderse bajo tierra y no salir a luz jamás.