La cooperante Cruz García, enfermera diplomada en la USC, acaba de regresar de Bangladésh, donde atendió a los huidos rohingyas
19 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Pasó los últimos tres meses en Bangladésh. Volvió en marzo a Galicia y asegura que «llega tu cuerpo, pero no tu cabeza». Cruz García, cooperante de Médicos Sin Fronteras (MSF) sigue, tres semanas después, con el corazón a miles kilómetros y en contacto con los compañeros que dejó en los campos de refugiados rohingyas en los que trabajó, pendiente de cómo evoluciona la situación y con el peso moral de explicar al mundo lo que allí sucede.
«Antes de irnos, los propios bengalíes y los rohingyas nos decían: ‘Por favor, que el mundo no se olvide de que estamos aquí’», cuenta esta gallega de 38 años, nacida en Moraña y afincada actualmente en Pontevedra. En Bangladésh, la enfermera se encargaba de coordinar y organizar los equipos médicos en el distrito sur de Cox’s Bazar. Lo hizo en tres puntos calientes: el campo de refugiados de Unchiprang, en el que viven 23.000 refugiados; en el de Nayapara, que se ha quedado pequeño (en el recinto hay 25.000 personas pero, a su alrededor, se han asentado el triple); y en un punto de entrada al país, en Sabrang, por donde cruzan el río en busca de una vida mejor. Porque, destaca Cruz, todavía «continúan llegando refugiados» que huyen de la violencia extrema de Myanmar, aunque ya no sea un tema de moda en los medios, y «su situación no ha mejorado», incide.
Para recordar que la crisis sigue existiendo, la ex estudiante de la Universidade de Santiago volverá hoy a la capital gallega para hablar de la situación de los cientos de miles de rohingyas que malviven con unas condiciones precarias. Lo hará en una charla que tendrá lugar a las 20.00 horas en la Facultade de Filosofía.
«La magnitud de esta crisis de refugiados es enorme, porque en muy poco tiempo ha habido muchos afectados. En menos de seis meses hay casi un millón de personas viviendo en campos de acogida de Bangladésh, que aunque ha hecho un esfuerzo enorme es un país pobre y los medios son escasos», explica Cruz.
Carencias sanitarias y humanas
En medio año, 900.000 personas han cruzado la frontera y «las carencias sanitarias son muchas». La lista es muy larga. Las condiciones de hacinamiento, la existencia de letrinas en áreas propensas a inundaciones y la falta de agua potable, unidas a la desnutrición, enfermedades infecciosas o crónicas y los dramas personales son un cóctel explosivo.
«Ha habido dos fases. Al inicio llegaban más heridos y ahora vienen muy debilitados. Aunque el pasado verano, al inicio de la crisis, había muchos más casos, sigue ocurriendo. Lo que nos preocupa es la llegada de la temporada del monzón, que ha comenzado ahora. Al vivir en zonas de arrozales, inundables, las lluvias amenazan unos asentamientos muy improvisados y donde el riesgo de enfermedades transmisibles principalmente por agua es elevado», relata la enfermera, quien advierte también de la falta de ciertas vacunas necesarias.
«Yo estuve en la temporada seca, entre diciembre y marzo, y lo que más había eran diarreas, enfermedades respiratorias, porque la gente vive entre plásticos y bambú, o politraumas. Además, hubo una epidemia de difteria y solo MSF trató a más de 4.000 personas afectadas», recuerda. La cooperante reconoce que en Bangladésh conoció varios casos que le removieron las entrañas.
«Las historias son tremendas. A veces es difícil dar solución, por ejemplo, en el caso de las enfermedades crónicas. Te acuerdas de ellos. Cada refugiado es un rostro y un nombre», dice. Pero confiesa que los casos de violencia sexual siempre dejan huella: «Lamentablemente hay bastantes y no nos llegan todos, porque hay un gran estigma para la población rohingya cuando han sido violadas y las mujeres no acuden a nosotros. Los embarazos no deseados, además, son un recuerdo permanente de lo que pasó al otro lado del río».