Ana

Maxi Olariaga LA MARAÑA

CARBALLO

03 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Está escrito. Cuatro versos que desgarran los tesoros ocultos bajo la piel. «Se tivésemos un corpo feito de violetas/ non teriamos hoxe tan anguriada a alma,/ sulagada nunha noite sen abrente posible,/ nunha escuridade aceda e eterna».Ana Romaní (Noia, 1962) desde el último pliego de su cielo, nos dejó esta última patria. Nuestro cuerpo ondeando sobre las huellas del viento que nunca se cansa de peregrinar. Ese viento que azuza a los perros santos de la mar y a los tigres mansos de las junglas inexploradas.

La voz de Ana Romaní, por amor a su patria, llamaba a rebato cada tarde desde la última trinchera cultural de la Radio Galega. La insensibilidad y el cinismo del poder, con sus balas de algodón tóxico, la fueron arrinconando contra la puerta de salida. Despedazaron sus restos y los diseminaron en un indisimulado racionamiento matutino. Cuando se disponían a asestar el golpe final, sobre las antenas mancilladas por los fétidos excrementos de las gaviotas, se posaron miles de golondrinas trisando sus versos. Anunciaban que nuestra Ana acababa de ser reconocida con el Premio Nacional de Periodismo Cultural 2018.

Los cínicos remataron su gintonic y sus amigos se atragantaron con la última aceituna. Aquella banda de fatuos incompetentes acababa de enterarse de que habían premiado a su desterrada víctima por «o seu constante traballo de promoción da cultura e da radio con formatos propios» y también por «a visión de feminismo crítico e compromiso social». Se miraron y enseguida comenzaron a planear a qué mediocre divulgador de lo más negativo de nuestra cultura concederían este año una medalla Castelao.