Este 2019 se cumple el 50 aniversario de la creación del Centro Galego de Berna, uno de los más antiguos de Europa. Lo sé por cosas de la memoria y porque por algún lado aún tengo una metopa bien bonita que me regalaron en una de las dos visitas a este local, en cuyo frontal deja bien a las claras el año fundacional. En esas ocasiones en las que conocí este y otros locales de gallegos en Suiza siempre pensaba que seguro que cuando llegasen fechas redondas como la actual habría celebraciones importantes. Sería lo lógico: por aquí pasaron centenares, o más bien miles, de vecinos de la comarca desde finales de los 60. Soneira está llena de familias en la que uno o varios de sus miembros estuvieron en Berna. Más por Ginebra, claro, donde se encuentra el más antiguo no ya del país, sino de Europa: A Nosa Galiza, nacido en 1967. Ahora que (por suerte), el escritor Valente vuelve a estar de moda, no está de más recordar que el gran poeta ourensano daba clases de francés a los emigrantes, alguno de por aquí. Esas cosas que se acaban olvidando. En Ginebra tenemos varias parroquias entre todos los centros, pero es una ciudad grande y es normal. Más sorprendente fue la vitalidad asociativa que llegó a tener Berna, que pese a ser la capital sorprende lo pequeño de su tamaño y lo rápido que se recorre. El centro gallego murió en pleno esplendor, cuando el zasense José Antonio Calvó fundó muy cerca A Nosa Taberna, dejó la gerencia y un tiempo después la cogieron emigrantes de Portugal. Ya nada volvería a ser lo mismo, y acabaría cerrando.
No se pueden englobar a todos los centros en la misma valoración. Los hay que solo se dedican a comidas y otros mantienen viva la esencia de la cultura de Galicia. Estos cada vez son los menos. Jugaron su papel cuando la emigración era otra, y las comunicaciones también. Hace poco, Alejandra Plaza, emigrante de Cabana residente en Alemania, buena conocedora de los residentes en el exterior, escribía: «Cada vez son menos los centros gallegos que se mantienen activos por los diferentes países europeos y, a este paso, se presume que acabarán desapareciendo. Los alquileres se hacen insostenibles para una asociación sin ánimo de lucro y, las cuotas de los escasos socios no alcanzan. Algunos acaban cediendo ante los regentes de los locales que los convierten en restaurantes privados y otras entidades consiguen explotar el servicio de hostelería y, así, salir a flote. También han tenido que adaptarse a las nuevas legislaciones para mantener la Lei de Galeguidade o entrar dentro de los nuevos registros de la Nova Lei de Galeguidade. Tal vez a pocos le importe ya, pero un mundo que fue enorme se nos va poco a poco.