«Las ciudades modernas se han olvidado de quienes eran sus madres»

L. GARCÍA / i. abelenda / X. A. CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Ana Garcia

Tras el covid-19, la sociedad debería replantearse otro estilo de vida, apunta el escritor y ensayista Jaime Izquierdo

19 jul 2020 . Actualizado a las 22:34 h.

Jaime Izquierdo es escritor, ensayista, comisionado del principado de Asturias para el reto demográfico y especialista en desenvolvimiento rural. Conoce bien la Costa da Morte. Hace unas semanas, compareció ante la comisión del Congreso de los Diputados para la reconstrucción económica y social de España a raíz de la pandemia del Covid-19. En ella presentó algunas de sus propuestas para los territorios rurales.

-En la comisión se habló de que la propagación del covid está muy relacionada con la globalización económica. ¿Qué opina?

-Esto más que una casualidad es una evidencia. La enfermedad utiliza los mismos mecanismos que utiliza la economía moderna. Es decir, la globalización y la hipermovilidad que tenemos ahora, para difundirse y conquistar rápidamente el mundo, y la concentración. En las economías de concentración, son las ciudades las que producen la principal actividad económica y ahí es donde hace más daño. Parece que nos manda una especie de señal, de que ese tipo de planteamiento que es el que genera la economía moderna, también genera la mayor incidencia de las enfermedades nuevas, en este caso el del covid-19.

-Dijo que con el coronavirus a la humanidad le ha dado un infarto. ¿Puede explicar esta metáfora?

-Cuando a una persona de repente le da un infarto implica que tiene que cambiar los hábitos de vida. Nosotros deberíamos hacer una reflexión de ese estilo y preguntarnos cosas como si necesario movernos tanto como nos movemos o que tengamos ciudades de 5 o 6 millones en el caso español, pero en el caso europeo y en el caso americano de 10 o 15 millones de personas. ¿Es esa la forma de futuro de la humanidad? Deberíamos atrevernos a hacer un replanteamiento sobre otro tipo de estilo de vida.

-En el Congreso lanzó un desafío al preguntar ¿por qué las segundas residencias no pueden ser las primeras?

-Parece que lo principal es la ciudad y lo secundario sería el campo. ¿Y qué pasa si lo invertimos? Los grandes avances de la humanidad se han producido casi siempre cuando alguien se ha planteado una visión diferente. Es el caso de Colón. Todo el mundo decía que para viajar al Este hay que ir por el Este y, de repente, Colón se plantea la otra posibilidad y resulta que aparecen un montón de cosas. No hay nada que nos impida empezar a plantear en esos términos: tenemos la suficiente tecnología como para abordar el teletrabajo, los entornos de pequeñas ciudades y pequeñas villas son bastante agradables para vivir, las comunicaciones con las ciudades están ahí, es decir, tú puedes plantearte vivir en un pueblo y luego el fin de semana irte a la ciudad. Esta es una idea a explorar y creo que deberíamos trabajarla más como una posibilidad no estrictamente personal, sino como una opción de política de Estado, para concentrar y equilibrar el territorio.

-También mencionó una expresión nueva, el tierratrabajo. ¿Qué significa?

-Tiene que ver con algo en lo que no reparamos. Cuando uno habla de que la segunda residencia se convierta en la primera, implica también un cambio conceptual. No se trata de replicar modelos urbanos en el campo, sino asumir que el campo tiene una realidad distinta a la de la ciudad y lo que lo diferencia de esta es la capacidad de producir vida, de gestionar la tierra, de producir alimentos. Tenemos que buscar formas de trabajo de la tierra que sean gratificantes y que recupere esa función esencial de las aldeas y de las villas. La aldea tiene una única función esencial que era la gestión del territorio para producir alimentos y como consecuencia de esto, se generaba una estructura paisajista muy diversa. En la medida que la hemos industrializado, hemos hecho que una aldea tenga solo vacas y eucaliptos, como muchos territorios de Asturias y Galicia. Esto significa que no estamos haciendo aldeas, estamos haciendo planteamientos industriales intensivos en ellas.

-En el Congreso mencionó tres hábitos que tenemos que asumir después de la pandemia: replantearse los sistemas de poblamiento, reducir los movimientos innecesarios y que, frente a la globalización, hay que apostar por la localización.

-La localización no niega la globalización. Pero lo que sí sabemos es que el exceso de globalización niega la localización. En las ciudades intermedias, las que no son megalopolis, y en las villas, los que se encargan de la alimentación son las multinacionales. Por tanto nuestra alimentación depende de grupos de interés ajenos. Esto ocurre también con la pérdida de la cultura gastronómica. Nuestro hijos están más pendientes de una alimentación más procesada y unos sabores diferentes. Si nuestra forma de alimentación depende de los intereses de la gran industria, en el fondo estamos generando un problema grave. Eso requiere una visión desde lo local para, entre otras cosas, hacerse universal.

-En su último libro, La ciudad agropolitana y la aldea cosmopolita, plantea las relaciones urbano-rurales en equilibrio y complementariedad. ¿Ve esto viable? ¿Cómo se imagina la aldea del futuro?

-Hace unos días llegamos a la conclusión de que, para la aldea, podríamos diseñar un tipo de economía que es la que se reclama desde la modernidad para solucionar todos los problemas de cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación. Este tipo de planteamiento económico es el que puede darnos oportunidades para recuperar y producir paisaje y gestionar todo el sistema agrolocal, pero también para actividades complementarias que tienen que ver con la modernidad universal. No hay ninguna limitación a la genialidad humana porque esta se puede concebir desde la aldea. Hace 30 años si querías ser músico tenías que irte a las grandes capitales, ahora no, ahora la posibilidad existe. Por tanto, la única limitación que tendrá la aldea será su capacidad para gestionar su entorno agroecológico y su capacidad creativa para conquistar el mundo desde el punto de vista de sus producciones. En la medida que le vayamos dando forma a estas aldeas, vamos a demostrar que son mucho más importantes como célula del territorio y que las ciudades son hijas de la aldea. El primer invento urbano de la humanidad fue la aldea y luego vino la ciudad. Lo que ocurre es que las ciudades modernas se han olvidado de quienes eran sus madres.