Victoria Claudia nació en 1984 en Rumanía, pero ha vivido la mayor parte de su vida en Hungría. La crio su abuela, que era bastante religiosa, pero no fue ese motivo el que la llevó a emprender el Camino. De todos modos, explica que estudió dos años de Teología hasta que se dio cuenta de que le interesa más el márketing y todo lo relacionado con las ventas. Coincidiendo con la crisis del 2008 vio la oportunidad de montar una comercializadora y distribuidora para una empresa que se dedica a fabricar productos relacionados con la salud, desde maquinaria hasta alimentación. No le fue nada mal y llegó a dirigir la oficina con más ventas de toda Hungría, lo que le ha permitido tener cierto colchón para su cambio de vida. La vendió en el 2018, poco antes de emprender su última aventura.
Reconoce que al principio le costó adaptarse a Fisterra. No conocía el idioma y ahora habla un castellano muy mezclado con italiano, que se parece mucho a los intentos que hacen los españoles de entenderse durante las vacaciones en Roma o en Venecia. De gallego, apenas nada. «Me parece muy difícil», dice.
La barrera de la lengua no es la única que ha tenido que superar. Explica que las gestiones se le hacen demasiado complicadas y los trámites excesivamente lentos. «He tenido que acostumbrarme a la Administración y había muchas cosas que no sabía», explica.
A pesar de todo, no hace más que invitar a Fisterra a todos los que le preguntan cómo es la vida al final del Camino. «Les digo que vengan, que hay muchas oportunidades, muchas cosas por hacer», explica. Ella ha encontrado su destino.