La música y el océano inspiran a los artesanos de la Costa da Morte: «Traballar coas mans lévate ás raíces»

Pablo Varela Varela
pablo varela CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Noé García, de Corme, y Toni Varela, de Carballo
Noé García, de Corme, y Toni Varela, de Carballo Ana Garcia

En localidades como Carballo y Corme emergen talleres de fabricación de guitarras y tablas de surf de corte clásico

06 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Aún hay lugar para los románticos de la artesanía en la Costa da Morte. En pequeños talleres y bajos, tras puertas metálicas y paredes de ladrillo, resisten ideas asociadas al trabajo manual y, en ocasiones, ligadas a anhelos de la infancia.

Noé García Cousillas, vecino de Corme, comenzó a tocar la guitarra siendo muy pequeño. Entonces, por sus oídos entró el sonido eléctrico del rock and roll y ya nunca se fue. «A quen lle gusta este xénero case sempre ten o soño de deseñar a súa primeira guitarra ou ter unha propia», cuenta. Fue a inicios del año pasado cuando cumplió el suyo. Lo hizo poco a poco, como una hormiguita. Buceando por YouTube, se encontró con una serie de vídeos tutoriales de una prestigiosa firma británica, Crimson Guitars. «Protagonízaos Ben Crowe, un luthier [profesional que se dedica a la fabricación y reparación de instrumentos musicales de cuerda]. Explicaba como facelas. Eu nunca me prantexara se sería capaz, pero a base de informarme e estudar o proceso de construción vino posible», cuenta.

Cuando se puso manos a la obra, moldeó el cuerpo de la guitarra y compró el mástil a medio hacer para, posteriormente, personalizarlo. En todo momento le acompañó un sentimiento: el de sus antepasados. «O meu avó e o meu pai ensináronme a usar as ferramentas. E teño o seu banco de traballo. Para min é unha sorte ter un lugar onde facer estas cousas», detalla. Noé, que trabaja en A Coruña como profesor de desarrollo de videojuegos y modelado de animación en 3D, regresa cada fin de semana a Corme para disfrutar de un hobbie que, en un futuro, quién sabe, podría convertirse en una vía de ingresos complementaria. Por ahora, lo expone en su cuenta de Instagram: @noe_lutherie. «O que fago é para min, pero xa me falaron algúns amigos e veciños que desexan encargarme algunha nova. A madeira cómproa por Internet, igual que o hardware», explica.

Noé García, trabajando el mástil de una guitarra eléctrica
Noé García, trabajando el mástil de una guitarra eléctrica ANA GARCIA

Para él, sumido a diario entre ordenadores y pantallas, trabajar la madera es una vía de desconexión. Y paradójicamente, también de conexión: «Facer isto coas mans lévame ás miñas raíces. Eu traballo no mundo das novas tecnoloxías, pero o meu avó e o meu pai eran mariñeiros».

El vínculo con el mar, sin el que no se puede entender la Costa da Morte, fue lo que llevó al carballés Toni Varela a abrir su propio taller de tablas de longboard, ubicado en la capital de Bergantiños. El inicio de su aventura solo podía comenzar de una manera: en las entrañas de una ola. Cuando tenía nueve años, se echó al agua en la playa de Razo con una tabla de corcho para bodyboard. «Ese primeiro recordo nunca se esquece. Foi ante o restaurante do Cordobés», rememora. Hasta los 17 años creció y evolucionó en esta modalidad, hasta que decidió experimentar el surf para adaptarse al oleaje de la zona. «Tiña xa 18 anos, e comecei cunha táboa curta», agrega.

Pasó poco tiempo antes de que Varela, una mente inquieta, se interesase por el longboard, un estilo más relajado, aparentemente alejado de los giros bruscos. Tenía 21 primaveras y conoció a unos viajeros brasileños con los que hizo buenas migas. Un año después, viajó al sur del país sudamericano para visitarlos, y allí vio las primeras fábricas de tablas orientadas a esta especialidad. «Teñen unha cultura de surf moito máis arraigada que aquí. E cando volvín, fíxeno coa idea de que eu quería facer as miñas táboas», relata.

Toni Varela, en su taller de Carballo
Toni Varela, en su taller de Carballo Ana Garcia

Lo hizo, al igual que Noé con las guitarras, de forma autodidacta. En el 2014, tras regresar de una estancia de varios años en Lanzarote, puso las cartas sobre la mesa y apostó por revitalizar un bajo que posee en Carballo. «Aí xa foi cando a cousa foi algo máis en serio. Quería aproveitar ese espazo e comecei facendo reparacións de táboas, porque non existían outros talleres deste tipo na zona», cuenta. Con el tiempo dio un paso más, e inició la fabricación de longboards, encargos que generalmente llegaban de amistades próximas, que conocían su forma de hacer. Ahora, asoma la cabeza en festivales de surf donde su sello, Cormoran, ya es visible. «E quero seguir aprendendo ata conseguir una calidade competente con calquera outra marca», resuelve.