Las partijas describían hasta los más humildes enseres de las familias labradoras
16 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.La partija es un documento muy presente en los archivos de las casas de las aldeas. Tengo una docena de ellas, pero a la que me voy a referir aquí corresponde a Rosa Romar Leis, hija de mis trastatarabuelos (los padres de mis tatarabuelos) Andrés y Francisca. No tiene fecha, pero debe ser de 1898, ya que Rosa falleció en l897.
En estas fechas, el inventario de bienes se hacía por el total de lo que poseían, estuviera nuevo, viejo o roto. Todas nos dan una idea de cómo era su vida: qué ropas tenían, qué muebles, qué utensilios de labranza o qué frutos recolectaban. De esta voy a destacar cuatro cosas: la vivienda, las arcas, las camas y los muebles de cocina.
La vivienda era el número 5. Había sido la casa principal de los Lema, los labradores más pudientes de Fornelos en el siglo XVI, y quien se la arrendó fue el presbítero patrimonialista José de Lema y Prado, a quien se la había donado su padre, según consta en un pleito de 1805: «… Que la casa que habita el Presbítero y sus anexos se las dono Juan Antonio Lema su padre para patrimonio a fin de ascender al estado sacerdotal de que se allá como tal…». Tener un hijo cura por aquel entonces era un chollo y un privilegio (él solo podía sostener a toda la familia), pero un presbítero, sin parroquia, solo obtenía ingresos cantando en los funerales, alguna misa y poco más. Por eso, la Iglesia les exigía que tuvieran un patrimonio propio para poder sostenerse. A pesar de ello había miles de presbíteros: cada parroquia, por pequeña que fuera, tenía un párroco y dos o tres presbíteros.
Cuando se hizo la partija, la casa ya era de Rosa y su marido. Tenía dos plantas: en la baja la cuadra y la cocina con una ventana pequeña, y en la parte alta, dos habitaciones grandes con dos ventanas. Y en ellas, cinco arcas, alguna con una capacidad para 40 ferrados de trigo (520 kilos). Estos muebles no eran solo para grano, sino que también se utilizaban para guardar la ropa, pues no existían los armarios roperos.
Pero lo más extraño es que ¡tenían camas!, cosa que no figura en ninguna de las otras partijas. Ello demuestra que el labrador hasta finales del siglo XIX debía dormir sobre paja, pero en el suelo. Lo que figura en todos los inventarios son las sábanas, los cabezales y las mantas. Eran pocas, no llegaban para toda la familia, debían ser para los patrucios y poco más.
Llamaba la atención la pobreza del mobiliario. Así, en la cocina se contaba una cadena. Esta era la gramalleira, donde se colgaba el pote. Incluía cinco potes de distintos tamaños y conservación, uno no tenía tiesto (se refiere a la tapa). En ellos hacían las encaldadas para el ganado y la comida para las personas. También un balde grande. Este era para llevar la encaldada al ganado, y los sábados, (si no había bañera de zinc de la ropa), después de servir al ganado, se lavaba, y se utilizaba como bañera para las personas, siendo el cuarto de baño la cuadra. Añadía una «silla», era la sella para ir a por agua a la fuente. Figuraban, ademas, un armario, dos sartenes y una cuchara de hierro. Esta tenía un mango, del mismo material, que podía llegar a un metro, para cocinar en el pote. Y una trepia o trébede. No cita ningún tipo de olla, lo cual parece raro, pero como tenían cinco potes y dos sartenes, sería suficiente para hacer las comidas. Incluso hervirían la leche en ellos. También me extrañó que no tuviera artesa, ni algún banco, aunque estos se citan en la parte alta.
En mi niñez, en esta casa vivía la señora Casimira con su hija María (que fue quien me proporcionó este documento) y su yerno José. El matrimonio no tenía hijos, pero sí una paciencia inmensa para aguantar a los de los demás. Los domingos, para jugar a las cartas nos reuníamos en nuestra casa, ya que teníamos mesa y artesa en la cocina, pero para jugar a los agochos (al escondite), nos íbamos a la de Casimira, una docena de críos o más. Era el sitio ideal, no tenía chimenea ni luz eléctrica, solo la luz de la lumbre y del candil y mucho humo, así que con separarse un par de metros de la lareira, cualquier esquina era buena para esconderse.