Las huellas de la religión | En las parroquias quedan cruces que dejan constancia de la presencia de frailes y religiosos que acudían a predicar
08 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.En el año 1911, siendo todavía un estudiante, el seminarista Francisco Potel Pardal (1887-1939) publicó un libro titulado Costumes d’ a terriña, donde narraba sin trama alguna los principales acontecimientos de la vida rural en Galicia, todos ellos marcados por el calendario litúrgico. Así, empezando por el día primero del año, pasando por el carnaval y la cuaresma, como precedente a la Semana Santa, y poniendo el broche con la Nochebuena, el clérigo mostraba pequeños diálogos de campesinos, sus experiencias y, sobre todo, un rico vocabulario y folklore que iba relacionado con cada fiesta, sea profana como religiosa.
Sin embargo, aunque su celebración no era matemáticamente anual, uno de los grandes hechos que dejó atrás el autor —y que tenía un gran eco en la vida rural del momento— era la celebración de las llamadas misiones populares, o más conocidas como la santa misión.
Para los que ignoren de qué se trata este acontecimiento, en las iglesias de la zona —por lo menos en las de Bergantiños— contemplarán en sus muros una serie de cruces, sean de mármol o de madera, en cuyos brazos aparecen una serie de rótulos. En ellas se podrá leer en qué año tuvo lugar la celebración de cada misión, los frailes o religiosos encargados de predicar en ella y, finalmente, si hubo algún donante que costease todos los gastos emanados. Por ejemplo, en Erbecedo y Seavia hay una cruz de la misión ejercida por los pasionistas en octubre de 1961; en un recuadro inferior dice: «La Santa Misión predicada en Seavia en el año 1961 por los PP. Pasionistas, fue renovada por PP. de la misma orden en 1964. Fueron sufragados los gastos por el párroco y feligreses».
Muerte, juicio, cielo o infierno
En otras, como en Ardaña, se leen frases que invitan a la reflexión: «Muerte, juicio, cielo o infierno». Algo parecido rezaban las estampas ofrecidas a los fieles devotos como recuerdo; en una que conservo dice: «La vida es solo un vuelo/ detrás muerte, juicio, infierno o cielo».
En otros templos de la zona, como en Traba, presumen en su fachada de sus nueve cruces de otras tantas misiones celebradas en el ámbito parroquial. Estos sucesos religiosos, multitudinarios, tenían como objetivo recristianizar o alentar las humildes creencias del pueblo, que durante varios días se reunía para escuchar las prédicas y la brillante oratoria de los frailes llamados para tal fin.
De las más cercanas a nosotros tenemos, todavía, minuciosas reseñas en los periódicos de la época, como la acontecida en Carballo en abril de 1935, dirigida por los padres rectores de los pasionistas de Caldas y Mondoñedo; por las más de mil comuniones distribuidas en el día fijado para ello, nos da cuenta de la cantidad de fieles que asistieron.
Colmenero
Sin embargo, las más interesantes son aquellas —muy pocas, por cierto— que quedaron registradas en los libros parroquiales, por su antigüedad y por las curiosidades que arrojan. En la zona de Bergantiños pasó como misionero, a mediados del siglo XVIII, Francisco Colmenero, carmelita, doctor en Teología, misionero apostólico y examinador sinodal de los obispos de Valladolid y Barbastro.
Sus prédicas fueron el motivo del asentamiento y aumento de la devoción a la Virgen del Carmen en la zona, tomando relevo a la advocación del Rosario. Conservamos un interesante memorial en el libro de fábrica de San Pedro de Sorrizo (Arteixo), acerca de la misión celebrada, el ambiente que se respiró en esos días y la adquisición de la imagen de la Virgen del Carmen que se hizo como recuerdo: «En esta feligresía de San Pedro de Sorrizo, a catorce de Julio de este presente año de mil setecientos cuarenta y ocho, el doctor don Francisco Colmenero, misionero apostólico, con licencia del señor arzobispo de Santiago, el señor don Cayetano Gil, hizo Misión en el campo que se dice nombrado do Souto de Eirís, debajo de los castaños, en donde concurrió muchísima gente de más de tres leguas al contorno, haciendo mucho fruto, todo para gloria de Dios y de su Madre María Santísima, Nuestra Señora del Carmen, quién era muy devoto, por cuyo motivo imprimió en los corazones del devoto auditorio la cordial devoción de dicha soberana Señora, y para ello nombró a don José Figueroa que pidiese para hacer una imagen de la gran Reina de los cielos, Nuestra Señora del Carmen, como de facto se hizo y pintó, y en el día veinte de octubre del referido año se colocó en esta parroquial iglesia y yo dicho cura le canté una misa y ayudaron a oficiarla los señores sacerdotes que vinieron de afuera en procesión con la referida imagen y después de esto la pusieron en el altar mayor encima de la custodia, en donde a lo presente se halla».