El bergantín Arrogante Asturiano acabó su navegación en la punta de Quenxe en 1856

Aquiles Garea

CARBALLO

AQUILES GAREA

Crónicas atlánticas | Lo pilló un temporal cuando navegaba de Gijón a Cartagena y el mar lo lanzó contra las rocas una vez rebasado Cabo Cee

29 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El viento fue durante mucho tiempo el medio principal que utilizaban los buques para su propulsión. La falta de él o la fuerza con la que soplaba condicionaban sus navegaciones. No era raro que un viaje con destino a un determinado puerto se retrasase o simplemente no se llegase a alcanzar debido a ello.

Este fue el caso del bergantín Arrogante Asturiano, una de las muchas embarcaciones que acabó sus días en las aguas de la Costa da Morte, concretamente en la Punta de Quenxe en Corcubión. El suceso quedó reflejado en las declaraciones que hizo su capitán en la protesta de mar redactada por el notario Francisco López Recamán.

La historia comienza en Gijón el 13 de marzo de 1856. Allí, el barco, bajo el mando del capitán Fructuoso García Santamarina, cargó en sus bodegas 1.098 quintales de hierro, flejes y planchuela; 230 quintales de tabla de nogal, 600 quintales de carbón de cok, seis cajas de cristas, cuatro de paneles de vidrio, dos de copas y vasos, ocho de maestranza y 25 barriles de manteca, cuyo destino era el puerto de Cartagena. El fletador era el vecino de Gijón Vicente Díaz.

Tras su conveniente estiba y una vez alistado para la navegación, emprendió su viaje día 13. Las condiciones meteorológicas no eran demasiado favorables y el día 16 se vio obligado a entrar de arribada en el puerto de Ferrol, en donde permaneció hasta el 30. Sobre las siete de la mañana de esa jornada reemprendió la navegación, el viento era fresco y había algo de marejada que según avanzaba iba en aumento.

El 31 alcanzaron y rebasaron Cabo Fisterra. El viento y la mar seguían aumentando y se vio en la obligación de recoger algo de aparejo. Sobre las dos de la madrugada del día 1, el viento les azotaba fuertemente el costado, y tras intentar sin resultado (debido a la cerrazón) reconocer el faro de Cabo Silleiro, decidió retroceder en demanda de Cabo Fisterra para buscar refugio. A las siete de la mañana consiguió reconocer la sombra del promontorio fisterrán a una distancia de unas cinco millas, hacia la que dirigió su proa.

Al poco tiempo se volvió a cerrar y viendo que era un compromiso seguir en la misma vuelta por la falta de visibilidad, decidió variar su rumbo y puso proa al Cabo Cee. Para mayor seguridad en la maniobra de entrada en el seno de Corcubión, y debido al estado del mar y las rompientes que les acechaban, ordenó al piloto y a uno de los marineros subir a la verga del velacho para vigilarlas. Rebasado el Cabo Cee y el Castillo del Cardenal, uno de los vigías divisó una rompiente por la proa. Sin embargo ya era muy tarde para rectificar. El barco no obedeció a la maniobra del capitán y faltó a la virada. Para evitar irse sobre las rocas ordenó arriar las anclas, dejando caer primero la de estribor y luego la de babor, que perdió por un fuerte golpe de mar. En ese momento, el barco empezó a dar fuertes pantocazos, que lo reviraron y quedó con la proa a tierra. Con un nuevo pantocazo, y debido a que estaba sobre las piedras, se partió en dos por el caramanchel de popa y el palo mayor cayó sobre las rocas. En ese momento, el capitán ordenó el abandono, aprovechando la posición en que había quedado el palo mayor para ganar la costa.

Eran aproximadamente las nueve de la noche. Una vez comprobado que todos estaban a salvo, caminaron hasta alcanzar un muro, en el permanecieron a resguardo hasta el amanecer. El capitán, el piloto y un marinero salieron en demanda de ayuda a la población mas cercana.

Ayuda

Tras alcanzar el arenal de Quenxe, buscaron auxilio en una de las fabricas de salazón allí establecidas y que resulto ser la de Agustín Sagrista, que les prestó ayuda y a la vez ordenó a uno de sus empleados que se dirigiese a Corcubión para dar parte a las autoridades de Marina.

Ese mismo día, ya personadas las autoridades en la Casa Fábrica de Quenxe, y debido al estado en que se encontraba el capitán, encomendó a su piloto y al tercer piloto del puerto de Corcubión, Ramón Rivas, la labor de intentar recuperar lo que se pudiese del barco y carga. Parte del flete consiguió salvarse y los gastos ocasionados en su recuperación fueron abonados por la Compañía General de Seguros Marítimo de Barcelona en la que estaba asegurado y cuyo representante en la zona era el vecino de Cee Antonio Luciano Gómez. Así terminó en la punta de Quenxe una navegación que se inició en Gijón y cuyo puerto de destino era Cartagena.