Un ejemplo del olvido que seremos

LUIS LAMELA

CARBALLO

ARCHIVO LUIS LAMELA

Galería de Emigrantes | «El día de su muerte, siguiendo el cortejo fúnebre solo caminaban detrás del féretro mi padre y el perro del difunto»

14 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A finales del siglo XIX y principios del XX, un buen número de emigrantes procedentes del litoral de la ría de Corcubión encaminaron sus pasos a tierras y mares de la Patagonia austral argentina. Y muchos fueron allí los que se asentaron definitivamente, tal cual sucedió con el corcubionés Francisco Porrúa Figueroa, un piloto de la Marina Mercante que desarrolló su profesión, primero navegando en buques que de Buenos Aires iban hasta la Patagonia (de la empresa Delfino, después denominada Argentina, Compañía General de Navegación. Más adelante en el buque Asturiano, de la sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, y, finalmente, en el buque, José Menéndez), hasta quedarse en tierra en Comodoro al frente de la jefatura de la Sección Marítima que esta compañía poseía en aquel lejano punto de la costa sur americana.

Socio Francisco Porrúa del Centro Gallego, de Comodoro-Rivadavia, todos los tripulantes del buque José Menéndez, (y también los del Asturiano) le eran conocidos. Y bastantes (tripulantes y también personal de tierra) contaron con su apoyo para conseguir trabajo en aquellas lejanas tierras argentinas. Precisamente, en su casa de Comodoro-Rivadavia, siempre aparecía algún paisano que necesitaba de un empleo; y por eso, Porrúa Figueroa fue, de algún modo, un apoyo para esa gente que cruzó el Atlántico para trabajar en aquel extremo del mundo y así mejorar la situación económica de las familias que habían dejado en España.

Hace ya un tiempo que un hijo de Francisco Porrúa, llamado Jesús Benigno, me recordó el caso de un carpintero, oriundo del litoral de la ría de Corcubión, asentado en tierras patagónicas, un hombre muy solitario y del que no sabemos ni el nombre: «El día de su muerte, siguiendo el cortejo —fúnebre— solo caminaban —detrás del féretro— mi padre y el perro del difunto», me dijo un día Jesús Porrúa. Y después surgió mucho silencio...

No, no es en absoluto una metáfora. Sobre estas circunstancias de las que habló el piloto corcubionés emigrado, quedaron muchas preguntas en el aire y sin respuestas. Todo un relato real sobre una historia triste, muy triste; una imagen que Francisco Porrúa Figueroa llevó siempre en la retina de sus ojos, recordándola con frecuencia. Un hombre, el difunto carpintero, desarraigado, desubicado y solitario que había arrastrado consigo el hábito de callar y la resignación de padecer.

Deseo de memoria

Sin duda que en mi trabajo siempre hay un deseo de memoria muy claro. Con ríos de nostalgia y montañas de anhelos el carpintero emigrante oriundo de la Costa da Morte, fue uno de los numerosos individuos obligados a ser más fuertes de lo que eran, habitando en una enorme llanura de hielo y nieve y mucho... mucho cielo. Y, nada más. Y nada más sabemos de este hombre por la coraza protectora que fue construyendo en su vida en la emigración, aunque sí entendemos su situación profundamente humana. Y nada sabemos tampoco si deseó regresar a su tierra de nacimiento, que suponemos que sí, volver para que depositasen sus restos mortales en la tierra que le había visto nacer, al tiempo que sería acompañado por el sonido atávico del tañer de las campanas de la iglesia de su parroquia... Cosa, que si lo intentó, nunca consiguió materializar.

Y así se terminó esta intrahistoria, todo un viacrucis de un hombre que emigró al otro lado del océano, buscando el sur, en una historia de emigración y fracaso, después de moverse por el árido paisaje de la desesperanza. Todo un claro ejemplo del olvido que seremos. Solo su fiel perro mantuvo el afecto.