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«Cuando Adrián salió andando del gimnasio los profes lloraron de emoción. Fue apoteósico»

Marta López CARBALLO / LA VOZ

CABANA DE BERGANTIÑOS

Adrián dejó la silla de ruedas y ahora camina con un andador.
Adrián dejó la silla de ruedas y ahora camina con un andador. ANA GARCÍA

Gracias a dos profesores, este joven de Cabana de Bergantiños dejó de depender de una silla de ruedas y pudo caminar por primera vez en su vida

17 ago 2021 . Actualizado a las 11:54 h.

Como Lázaro, Adrián se levantó y caminó. Pero no hubo ni milagros ni divinidades de por medio, solo su esfuerzo y el empeño de dos profesores de Educación Física que sacrificaron cada recreo y hora libre durante años para que este joven cabanés pudiese ponerse de pie por primera vez en su vida. ¿Vocación? No, lo de Juan Díaz y Marco Lamela va mucho más allá. Incluso hoy, veinte años después de esas primeras sesiones de entrenamiento, Juan habla con absoluta devoción del que fue su pupilo.

Corría el año 2000 y en el IES Maximino Romero de Lema de Baio aterrizaban con su primer destino definitivo Juan y Marco. Al mismo tiempo, el cabanés Adrián Torrado (Anos, 1988) llegaba al centro para cursar primero de la ESO con una exención en Educación Física por los problemas de movilidad que le había causado una meningitis neonatal. Él fue prematuro, nació en el coche de camino al Materno y su propia abuela le cortó el cordón umbilical. Todo parecía marchar bien, pero a los tres días contrajo la enfermedad, que le causó «parálise cerebral, problemas de visión e mobilidade... Teño unha discapacidade do 79 %. Os médicos dicían que non sobreviviría», relata el propio Adrián.

Estuvo atado a una silla de ruedas hasta los 16 años: hasta entonces apenas gateaba y ni siquiera podía ponerse de pie. Cuando empezó la ESO, Juan Díaz le propuso hacer Educación Física al igual que sus compañeros, con algún desdoble para las clases prácticas que él no pudiese asumir, y con trabajo extracurricular para ponerle en forma y tratar de mejorar su situación. «Cuando le conocí era un niño muy motivado y que seguía los deportes como espectador. Pero unido a su problemática, tenía sobrepeso, malos hábitos y era sedentario. Con mi compañero Marco hablamos de tratar de ponerlo de pie, pedimos autorización a su familia, hablamos con su equipo rehabilitador y cuando llegábamos a un problema mecánico que no nos podíamos saltar, contactábamos con sus médicos para que le hiciesen las intervenciones necesarias», explica Juan Díaz.

De esos primeros ejercicios en un tatami de yudo, en los que ponían a Adrián a gatear, fueron avanzando a dinámicas más complicadas al tiempo que cambiaban drásticamente sus hábitos. «Eles tamén, pero eu tiven que sacrificar moitas cousas. Na miña xuventude, mentres os rapaces arrincaban cara a discoteca eu tiraba para a cama porque non podía nin coas pestanas», señala el cabanés, a quien Juan y Marco sometían a un entrenamiento propio de cualquier deportista profesional.

Al cabo de dos o tres años, y de una complicada operación para que pudiese apoyar las plantas de los pies, Adrián fue capaz de levantarse por primera vez en su vida: «Tiña moito medo. A experiencia que todos viven sendo bebés, eu tívena con 13 anos», relata. Pero tesón nunca le faltó a este cabanés, que ni siquiera con las piernas enyesadas faltó a los entrenamientos. Con tiempo, dedicación y esfuerzo fue dando sus primeros pasos, siempre con Juan delante a modo de referencia. Primero un par, después tres o cuatro, después quince... «Y más tarde fuimos metiendo circuitos de agilidad, giros de 360 grados... Al final el tío tenía muchísimo control. Recuerdo un día que incluso trepó hasta lo alto de una espaldera, miró hacia abajo y fue una pasada», rememora el docente. Para muestra, este vídeo.

Aunque si hay un instante que ambos recuerdan con especial emoción fue el momento en el que salieron por primera vez del gimnasio del instituto, en el que llevaban años encerrados trabajando: «Cuando salió caminando fue apoteósico, los profesores lloraban de la emoción. En ese momento fue una estrella del rock and roll. Salimos él y yo andando, dimos unas vueltas, salimos a las pistas y ni te cuento las veces que nos caímos a rolos los dos, pero nunca se rindió», describe. Ni siquiera las escaleras pudieron con él

Directa o indirectamente, trabajaron entre los años 2000 y 2013, incluso una vez que Adrián abandonó el instituto de Baio y se trasladó a Carballo para continuar con su formación. Y siempre, durante esos 13 años, emplearon medios «de escuela pública del rural, sin ningún material especial, sino el mismo que utilizaban el resto de chavales del instituto», apunta Juan. «Todo el mundo ayudó y se implicó: pediatra, rehabilitadores, médicos, familias, profesores, directivas, personal de limpieza... Lo que se hizo en Baio fue una especie de prueba piloto de lo que debería ser cualquier instituto de vanguardia. Yo no lo volví a vivir en ningún otro centro», añade.

Veinte años después, en el 2020, se volvieron a reunir los tres para hacer una reevaluación de Adrián. Y, pese a no estar en la forma física de antaño, comprobaron sorprendidos cómo su cerebro todavía recordaba todo lo que había aprendido durante aquellas duras sesiones de entrenamiento. «A pesar das miñas limitacións, eu considérome un deportista», sostiene el joven, que además de las mejoras a nivel físico aprendió una importantísima lección de vida: «Hai que ser valente. [Juan e Marco] axudáronme a poñerme de pé fisicamente, pero tamén na vida. O medo non te leva a lado ningún».

Ese discurso motivacional le ha valido no solo el reconocimiento de amigos, familiares y followers (hasta ha hecho sus pinitos como youtuber), sino también de profesionales de la salud que se han interesado por su caso. Ahora, Juan, Marco y él tratarán de divulgar el método que siguieron en su día por si a alguien le pudiese ser de utilidad: «Puede haber muchos más Adrianes por ahí que estén en una situación parecida».

Al mundo les contarán cómo consiguieron que Adrián se pusiese de pie, que jugase al fútbol, que viajase y que no tuviese miedo de caerse, sino coraje para levantarse y volver a intentarlo. Una auténtica lección de vida.