«Ahora puedo decir que me siento gallego y de la Costa da Morte», escribe el ornitólogo Fernando Pereiras de la Cal
17 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Soy andaluz de nacimiento. Hace 40 años, viviendo entonces en Extremadura, venía de vacaciones a la casa de mi familia en Vimianzo. Allí, lo que más me gustaba era ir con mi tío Manolo Diz a bañarnos y jugar con las olas de Arou, rebozarnos en la arena, coger conchas de colmillos de mar, o cuernos, como le llamábamos de niños en Os Muiños, ir a por berberechos cerca de Camariñas y pasar las tardes con él en el secadero de congrio de Muxía, donde mientras trabajaba, yo jugaba entre lo congrios y, no pocas veces, acababa con una buena herida en las rodillas por culpa un tropezón en las rocas resbaladizas de la baja mar.
Por avatares de la vida, mi familia acabó viviendo en Cee y yo ahora, en Quintáns (Muxía). Estuve en casi todas las comunidades de España y ahora puedo decir que me siento gallego y de la Costa da Morte. Soy un firme defensor del potencial que tiene esta zona para un turismo no masificado y de gente que le guste disfrutar la naturaleza y lo natural. ¡Me encanta esta zona, su tranquilidad, su gente, su tiempo, su viento y su lluvia, y sobre todo sus pájaros!
¿Sus pájaros? Esto me preguntan siempre que comento mi afición por su observación y fotografía. Este interés no me viene de muy atrás. Trabajé para Costas en la catástrofe del Prestige, donde parte de mi ocupación consistía en recorrer todas las playas y coídos de Galicia y parte de Asturias. Veía aves por toda la costa que nunca había visto. Unos pájaros grandes y blancos de puntas negras, que se tiraban en picado al mar y salían con algún pez en el pico; otros que, de en medio del bosque, salían como proyectiles en busca de algún desafortunado pajarillo. Ahí también descubrí unos pájaros que se movían espasmódicamente por la arena al lado del mar: luego supe que eran correlimos tridáctilos, correlimos comunes, chorlitejos…. Recogíamos aves petroleadas con pinta de pingüinos, y otros muy graciosos con el pico rojo, eran araos, alcas, frailecillos...
El trabajo terminó, pero mi recién descubierta pasión por las aves se quedó, y siempre que puedo, hago lo que más me gusta, que es ir temprano a recorrer playas, puertos, cabos y prados en busca de alguna gaviota o pajarillo «raro» que poder disfrutar y fotografiar. Es emocionante avistar un ejemplar del que te surgen dudas sobre su correcta identificación y, entre la guía de aves y los compañeros, tratar de sacar que especie es.
El «subidón» que te da descubrir, en medio de un bando de gaviotas, en Nemiña, una completamente blanca que viene de la zona ártica, y comunicarlo a los amigos. Acabar la jornada de campo tomando una cerveza y rememorando el encuentro de esa gaviota de Sabine que vimos unas horas antes.
Es una liberación, el mejor antiestrés. Sales a la naturaleza, te relajas, la observas y aprendes cada día. Ves lo dura que es y cómo las aves se adaptan para sobrevivir en medio de las peores condiciones de lluvia y viento, o al día siguiente bajo un abrasador sol.
A mí personalmente me alivió y ayudó mucho en algún que otro momento delicado de mi vida. Cuando estás mal te vas a dar un paseo por O Rostro o por el Cabo Touriñan con los prismáticos y la cámara, y el mero hecho de estar allí buscando pájaros hace que te olvides de todo. Te paras y ese viento que viene cargado de salitre te da vida.
A todo esto hay que sumarle que tengo la suerte de vivir en un lugar privilegiado para la observación de aves raras, esas que no deberían de estar aquí y aparecen porque se desvían de sus rutas migratorias, o un temporal al otro lado del Atlántico las manda directamente a nuestras costas. Esas que llamamos «rarezas», y que esta zona supone un imán para ellas. Aves que nos llegan desde Siberia y Mongolia, de las zonas más norteñas de Europa y algún que otro ejemplar perdido desde América. Esta es zona de paso en sus largas migraciones del norte al sur y viceversa. Aquí paran a reponer energías en nuestras playas y humedales. En la barra de Ponteceso hay días que se pueden ver miles de limícolas alimentándose frenéticamente en el intermareal, así como en Caldebarcos. En playas como Langosteira, O Rostro y Nemiña podemos disfrutar de más de veinte tipos de gaviotas. En los salgueiros de nuestras costas, pequeños pájaros de entre cinco y diez gramos, procedentes del norte de Rusia cruzando el golfo de Vizcaya, paran unos días o meses para alimentarse y pasar los días de invierno en un clima más favorable. Vencejos pálidos que año tras año vienen al centro mismo de Fisterra para criar, llegados del centro y sur de África, y siempre a los mismos huecos del mismo edificio.
Desde el cabo Touriñán, con telescopio y en días favorables, con unos simples prismáticos, se puede ver un río de aves, bien dirección sur a pasar el invierno, o bien dirección norte a sus cuarteles de cría del norte de Europa. ¡Por esta costa pasan centenares de miles de aves marinas! Un espectáculo al que todos deberíamos abrir los ojos.
Si a todo esto le sumo, lo bien que me ha acogido la gente, el mar que aquí es distinto a todos, y lo bien que se come… puedo decir que me siento muy afortunado de vivir aquí.
Soy andaluz de nacimiento pera gallego por los cuatro costados.