Su familia viajó desde Alemania para depositar la urna con sus cenizas en un emotivo acto público
28 ene 2018 . Actualizado a las 16:16 h.Han tenido que pasar 5.144 días, 169 meses, algo más de 15 años para que las cenizas de Manfred Gnädinger, Man de Camelle, fuesen a parar al lugar que este siempre había querido, su casa-museo. Ayer, y tras años de espera, Ewald Gnädinger, hermano del artista, pudo conceder el último deseo al anacoreta y depositar la urna con sus cenizas bajo el suelo de madera de la caseta. Era peculiar, sí, y también antisocial y un tanto raro, pero supo ganarse el cariño de decenas de personas de Camelle, que ayer acudieron a su tercer -aunque definitivo- entierro.
«O noivo da liberdade», «O primeiro anticonsumista do mundo» «Un incomprendido». El periodista Xosé Ameixeiras iniciaba así su presentación, antes de dar paso a Chita Regueira, que conoció al alemán de primera mano y compartió con los asistentes al acto algunos recuerdos de momentos vividos con él.
Interesante reflexión, asimismo, la arrojada por Mercedes Martínez González, promotora de la Fundación Man de Camelle: «Es un gran desconocido, además de un adelantado a su tiempo». Fue, aseguraba Mercedes, un precursor del reciclaje, comenzando a separar residuos por el año 65, «cuando aún no era una práctica extendida». Innovó también en la fotografía, incorporando a sus piezas autorretratos. Hoy día los selfies están muy vistos, bromeaba la promotora de la fundación, pero no tanto en los setenta. «Vivió treinta años antes de lo que le correspondía, ojalá su obra, filosofía y pensamiento llegasen mucho más lejos de Camelle, de Galicia y de España. Que trascendiese a todo el mundo». «Creo muchísimo en él», sentenciaba Mercedes.
Intervinieron también Juan Creus, arquitecto responsable de la restauración de la caseta junto con Covadonga Carrasco, así como David Formoso, autor del documental Man, home sen paz, reconocido en 2011 en los premios Mestre Mateo. Creus quiso señalar que, pese a lo que uno pudiese pensar de primeras, Man no permanecía «desconectado» del mundo, sino que estaba al tanto de la realidad que lo rodeaba. «Pese a nunca ter feito planos da súa casa, sorprendentemente estaba bastante ben construída», explicaba el arquitecto, que quiso mantener los pequeños detalles que llenaban de personalidad el interior del recinto, como los restos de esculturas y pinturas que plagaban las paredes.
Las piezas interpretadas por el Coro Municipal de Mulleres de Camariñas -integrado también por dos hombres, como ellos mismos se encargaron de recalcar- pusieron la guinda emotiva al acto, además de servir como nexo de unión durante el acto. Su presencia fue muy agradecida por Ewald Gnädinger, hermano del anacoreta, que pese a estar visiblemente afectado logró decir unas palabras de a todos los presentes, con la ayuda de una intérprete. «Gracias de corazón por organizar todo esto; por las flores, por el coro, por vuestra mera presencia. Gracias», decía el alemán, poco antes de que el regidor de Camariñas, Manuel Valeriano Alonso, le entregase la urna con las cenizas de su hermano.
Decenas de vecinos y amigos formaron, acto seguido, una comitiva que acompañó a la familia desde el Museo de Man hasta su caseta, donde, una vez allí y en la intimidad, pudieron depositar la urna donde este siempre había querido, en la que fue, y será para siempre, su hogar. «Man vive».