
La primera escuela infantil de la comarca, en la Avenida Bergantiños, echó ayer el cierre tras 40 años. Y lo hizo con una emoción nada contenida
01 jul 2021 . Actualizado a las 16:57 h.A Ledicia dijo ayer adiós, una palabra que se dice pronto para resumir 40 años de intensa actividad con unos cuatro mil niños que han pasado por sus aulas desde 1981. Todos ellos, pero también sus responsables y sus profesoras (la mayoría, mujeres) forman parte de la historia reciente de Carballo. Y de la comarca, porque aunque la inmensa mayoría de sus alumnos de 0 a 12 años (depende de las épocas y de los servicios, la principal parte fueron de 0 a 6) era de la capital de Bergantiños, también los hubo, y no pocos, de Coristanco, Malpica, A Laracha, A Silva...
Una institución que cerró ayer sus puertas con muchas lágrimas desde primera hora de la mañana. Pero desde la primera, con padres y madres que acercaban a sus niños por última vez a este inmueble de la Avenida Bergantiños que cuando se creó tenía pocos vecinos: el instituto y el Fogar al otro lado de la acera, el bar de Maruja al lado, y alguna casa más o menos cerca. Eran otros tiempos. Esos que llegaban lloraban, y también lo hacían Adriana y Maruxa Suárez Cotelo (concejala del BNG en Carballo desde hace dos años, responsable de Festas y de Normalización Lingüística, entre otras áreas) las dos hermanas al frente del centro, junto a su madre, Encarna, que ha vivido mucho más directamente estos cuatro decenios de trabajo porque cuando empezaron sus hijas (tiene otra más, bióloga y profesora, que ya no está en A Ledicia) eran muy pequeñas, y de ese arranque apenas pueden quedarles recuerdos. Pero también lloraron María José, que lleva 40 años trabajando en la escuela, y Maruja, que lleva 39. Y también Sandra, más joven, pero ya veinte en A Ledicia, y todas las demás (son, o más bien eran, diez personas trabajando). Maruja, por cierto, natural de Tallo, en Ponteceso, es la madre de Rubén Lorenzo Gómez, el diputado autonómico del PP por la comarca que, en sus primeros años, también corrió y gritó en estas aulas, como tantos.
Más o menos por el mediodía, entre todas, pocas lágrimas quedaban por soltar, pero aún había que reservar para la tarde, sobre las seis, para el cierre definitivo y alguna sorpresa de antiguos alumnos. Fueron bastantes los que durante toda la jornada enviaron flores al centro. Sobre todo rosas, pero también de otras clases. Una de las aulas parecía una floristería, y aún faltaban muchos ramos por llegar. Flores para el centro, para las profesoras, para las dueñas... De padres y medres, de antiguos usuarios. Para todas. Y también tartas, y bombones, y muchos abrazos en la puerta. Fue un no parar. Y eso que este año no han tenido demasiados alumnos, porque como hace ya varios meses que anunciaron que iban a cerrar con el arranque del verano, limitaron la matrícula. Aun así, son unos 70 niños, que no dan descanso, nunca lo han dado, y eso además es lo normal.
Eso, además, ha sido lo habitual desde el primer momento, empezando por la familia, cuyas tres hijas se criaron en ese ambiente, lo mismo que sus seis hijos (los nietos de Encarna y Pepe), y alguno de ellos estaba ayer por allí, en unas instalaciones llenas de luz, colores, juegos, elementos didácticos... Lo necesario en una escuela infantil que para varias generaciones siempre será una guardería, pese al cambio de denominación (y de concepto). Ahí, cientos de niños se ha iniciado o han consolidado sus primeros conocimientos de letras y números o, como decía ayer un ya veterano exalumno, han visto a las profesoras casi como segundas madres, que también se han hecho cargo de muchos de los hijos de aquellos primeros usuarios. Bastantes de ellos, por cierto, recogidos en las furgonetas que callejeaban por Carballo desde siempre para recoger y volver a llevar y que el lunes ya no se verá, salvo para otra cosa.

«Educación preescolar. Xardín de Infancia»
En la entrada de A Ledicia, a la izquierda, en letras rojas bien visibles adheridas a la pared puede leerse: «A Ledicia. Educación Preescolar. Xardín de Infancia». Es, muy seguramente, el único elemento que se conserva intacto desde los inicios del centro, cuando los términos y los tiempos eran muy distintos. Una época en la que aún se promocionaba la puericultura como tal en determinados ambientes, poco que ver con el salto pedagógico, educativo y social que llegaría después. El social fue crucial, como recordaban ayer las profesoras veteranas, porque se pasó de que los niños, hasta la EGB., se criaban en casa, a la llegada masiva de la mujer al trabajo y la necesidad de atenderlos: madres que empezaban a trabajar en Calvo, en la costura, en profesiones liberales o del funcionariado que hasta entonces escaseaban para ellas... Fue una transformación radical y el trabajo de A Ledicia (y más tarde, de otros muchos centros, públicos y privados) se volvió fundamental.
Todos esos años, con decenas de miles de recuerdos, se podían intuir ayer en una rápida visita por todas las aulas y estancias, arriba y abajo, en el comedor y en la cocina, en el tobogán de la escalera, los baños, el patio trasero, los mensajes y fotos en las paredes... A ver cómo se guarda ahora tanto material, lleno de recuerdos y de contenidos didácticos. O qué se hace con el edificio, de más de 300 metros cuadrados muy repartidos, apto para fines sociales o educativos (o lo que se deseen adaptándolo), que saldrá a alquiler. Lo difícil es ahora superar el cambio. «Teño como unha sensación de baleiro, de non saber que facer. Isto foi a miña vida», confesaba Encarna, que une el cierre a su jubilación. «Parece que foi onte cando abrimos, e xa ves», decía.