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La última etapa del recorrido es completamente distinta a las anteriores
16 ago 2024 . Actualizado a las 21:32 h.La última etapa de la Vía Verde Compostela-Tambre-Lengüelle es completamente distinta de las anteriores. La razón: llega un punto en que no se puede seguir lo que en su día fue la caja por la cual circulaba el tren de Santiago a A Coruña porque coincide con el trazado actual, el de alta velocidad. De manera que hubo que buscar una solución. Y esa solución se llama Senda Verde. Es decir, un recorrido ajeno a la historia del ferrocarril, si bien igualmente atractivo, natural excepto la primera media hora y que remata en un sitio ejemplar: la antigua estación de Cerceda, que por alguna razón en los mapas aparece como vulgar apeadero. Ojo: que nadie la confunda con Cerceda-Meirama.
El arranque se fija en Queixas-Londoño, edificio en buen estado, con un panel de la Vía Verde, dos bancos, dos mesas también con bancos y aparcamiento para bicicletas. Y mucho sitio para dejar el coche y echarse a andar.
A menos de trescientos metros se acaba la Vía Verde en sí —otro panel muy interesante— y no queda otro remedio que desviarse a la izquierda. Ahí está el único punto donde puede haber confusión, porque lo lógico es tirar hacia arriba, por la pista de tierra, para meterse en un bosque de eucaliptos. Error: hay que ir por la izquierda, por asalto. Pero fuera de eso, la señalización es estupenda.
De modo que no queda otro remedio que circular por la pista asfaltada que recorre un valle, con pequeña y algo dura subida final para elegir entonces un camino ancho terrero cuando en las piernas, a un ritmo normal, se llevan treinta minutos.
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Un nuevo cruce, e igualmente muy bien señalizado, se convierte en antesala del único bosquete de carballos, que está doscientos metros más allá conformando el espacio más bello de este tramo. A partir de ahí viene un largo ascenso de casi un kilómetro, largo por lo tanto pero sin dificultad alguna ya que la pendiente es suave. De esa forma se gana una zona alta, reino de la tranquilidad y del eucalipto, para otro kilómetro después encontrarse dos desvíos que, una vez más, se encuentran bien señalizados, de forma que la pérdida resulta imposible. Cien metros más adelante se acaba el firme de tierra y zahorra para pisar asfalto durante otros trescientos. Y así se llega a Tourío, una aldea apretada, en verdad que sin interés ya que sus hórreos son de ladrillo aunque alguna casa muestra el gusto de sus dueños por hacer algo estéticamente grato. Se cruza por pista asfaltada, estrecha, antes de descender hacia la vía verde para acometer el último tramo, unos cientos de metros que rematan en Cerceda.
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Ahí, en la estación, todo es grata sorpresa. O sorpresas, en plural. La primera es el imponente depósito de agua, sana competencia de esa otra obra de ingeniería similar que se encuentra en la estación de Ordes-Pontraga.
Pero además el edificio, ya grande de por sí, ha sido impecablemente restaurado como albergue y como bar restaurante. Este último ocupa la planta baja, ampliada con lo que algunos llaman pecera: mesas dentro de una estructura que permite disfrutar de toda la luz que haya en ese momento. Un local pequeño y realmente acogedor en donde tienen fama las carrilleras y su lubina a la bilbaína. Pero gusten o no esos platos, lo cierto es que el lugar constituye un buen punto final a una vía verde que comienza en Oroso ahora mismo, y que dentro de no mucho tiempo lo hará en la estación compostelana de A Sionlla.