
El cabazo resiste entre coches y cierta indiferencia. Algunos jóvenes lo «okuparon» no hace mucho
23 feb 2016 . Actualizado a las 16:29 h.El atractivo turístico es nulo, pero no desagrada un paseo por el barrio del Pilar, en Madrid. Al noroeste de la ciudad, en el distrito Fuencarral-El Pardo. Allí se reparten unas 40.000 personas que se fueron asentando desde principios de los años sesenta, cuando un promotor inmobiliario comenzó a construir los bloques para alojar a los inmigrantes. Muchas de las calles y plazas llevan nombres gallegos. Un vecino de los veteranos, originario de Andalucía, conversa brevemente y cuenta que esas denominaciones se deben a que el promotor se llevaba muy bien con Franco y quiso homenajearlo de esa manera. La avenida Finisterre es de las más grandes. Pero lo interesante está en el área más alta, entre algunas zonas verdes, árboles y cuestas que se salvan con rampas y escaleras. Una de las plazas es la de Corcubión. Un camarero uruguayo de un local de la zona contesta de inmediato que no sabe dónde está tal plaza, pero sí se le añade que es la que tiene un hórreo en medio, rectifica:
-Ah, sí, ¡la del hórreo! Siga por ahí y a la derecha.
Todo el mundo conoce el hórreo. Lleva ahí desde 1973, cuando fue trasladado piedra a piedra desde el Campo do Rollo de Corcubión. Fue comprado por el Ayuntamiento a Manuel Rojo, y desmontado y montado por el cantero Jesús Costa y sus trabajadores, como recordaba en un artículo el alcalde de entonces, Ramón Pais.
«El único monumento del barrio del Pilar es el hórreo de Corcubión», dice el mismo vecino que atribuía la amistad con el Jefe del Estado el origen de la nomenclatura, alguna rechinante como la larga rúa de Ginzo de Limia. Y aporta algunos datos rápidos y recientes. Por ejemplo, que «hará dos años o tres» la policía tuvo que intervenir. Algunos jóvenes lo habían «okupado». Pese a que tiene una puerta pequeña, y que aparentemente se abre con facilidad, abrieron un agujero en la parte inferior y guardaron dentro mucho material, y de todo tipo. «Vino un camión para llevarse todo», explica este vecino, que prefiere hablar sin que se cite su nombre. También fue necesario tapar el agujero inferior. En efecto, en una ojeada se ve que le han colocado una especie de lámina o tapa para eliminar aquel pasadizo. Pese a que el cabazo es pequeño, el hombre se sorprende de «la cantidad de cosas que había dentro». Y de paso echa de menos otros tiempos, cuando el barrio era más tranquilo. No es peligroso, ni conflictivo, pero tampoco mantiene la paz absoluta de hace años.
En el paseo sí que parece que la mantenga. Alguna calle situada a escasos metros está llena de bares y negocios de planta baja que dan un ambiente más humano y familiar que el que se encuentra incluso en pueblos pequeños. De conocerse todos y tomar una caña a la mitad de precio que en el centro. Por ejemplo en el bar Carballo, situado en la plaza y calle Carballo. Lástima que el árbol de al lado no lo sea, pero por lo menos a 50 metros hay un bidueiro blanquísimo lleno de mensajes de amor y corazones. No están lejos Carballo y Corcubión. (Ya es casualidad que en Mission Viejo, en California, ambos municipios también tengan calles a escasa distancia).
Madrid tiene más huellas de Corcubión (la plaza, por cierto, está siempre llena de coches, con distancia mínima para ver bien el cabazo), desde los célebres carruajes de Simón Tomé Santos hasta un caballo veloz que se hizo famoso en el Hipódromo de la Zarzuela. En el Centro Gallego llegó a haber una peña corcubionesa. Aunque también hay trazas de otros municipios de la zona, sobre todo en la hostelería. Mucha historia e historias.
huellas de la comarca en madrid