Es hijo adoptivo de la localidad, que está presente en muchas líneas de sus innumerables obras
07 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.En agosto de 1956 tenía yo diez años y el escritor y abogado Alberto Insúa (La Habana, 1883-Madrid, 1963) pasaba unos días de vacaciones en mi pueblo, en Corcubión. Y, uno de esos días, sentado en la terraza del casino, Francisco Ramón Ballesteros le hizo una entrevista. Insúa tenía entonces 72 años, y seis antes, en 1950 el periodista Luis Caparrós también lo había entrevistado en A Coruña para La Voz de Galicia.
«-¿Le agrada este lugar como punto de veraneo?»,le preguntó F. Ramón Ballesteros.
«-Mucho. Y por tres razones -contestó el escritor hispano-cubano-: porque en Corcubión pasé los días más venturosos de mi niñez y adolescencia; porque me sienta muy bien su clima y porque me encanta su paisaje y la hospitalidad de sus moradores, de los que soy ‘paisano’, ya que Corcubión me ha nombrado su hijo adoptivo».
Y es cierto. Seis años antes, a mediados de septiembre de 1950 le fue entregado a Alberto Insúa el titulo de hijo adoptivo, «como cariñoso homenaje de afecto y reconocimiento que Corcubión le dedica, correspondiendo a las atenciones particulares que Alberto Insúa tuvo siempre para con la villa, a la que ha citado en muchos de sus trabajos periodísticos y en algunas de sus conocidas novelas», resumía la crónica de La Voz del 9 septiembre 1950, días antes de la entrega del título.
El escritor Alberto Insúa nació en La Habana en noviembre de 1883, hijo adoptivo de un emigrante de A Estrada-Pontevedra, periodista y abogado, Waldo Álvarez Insua, y de madre cubana. En 1890 visitó por vez primera España y residió en A Coruña, donde cursó el tercero de bachillerato en el instituto Eusebio da Guarda. Vivió, además de en Cuba y España, en Francia y Argentina y en algún período de su vida en Suiza, Bélgica, Inglaterra, Italia, en la que es la actual Chequia, Portugal, Marruecos, Brasil y Uruguay. La guerra civil española le impuso la expatriación y se exilió en Buenos Aires a finales de julio de 1937. Regresó años después a España. Insúa escribió medio centenar de novelas -buena parte las poseo en mi biblioteca-, algunas traducidas a lenguas extranjeras, o llevadas al cine, y miles de artículos o crónicas periodísticas en medios españoles entre los años 1905 y 1948. También escribió teatro, casi siempre en colaboración, y las Memorias en las que dice que pasó en tres ocasiones sus vacaciones en Corcubión, la primera en 1890, pueblo del que es hijo adoptivo.
Días más tarde del homenaje y entrega del pergamino, Alberto Insúa escribió en el diario Madrid que «Corcubión aparece en mis Memorias entre los recuerdos más gratos de mi infancia, y en alguna de mis novelas -con otro nombre- sirve de fondo al drama de los personajes. En más de una ocasión mi pluma de periodista hubo de comentar episodios de la vida corcubionesa, y lo hizo siempre con cariño y conocimiento de causa, pues no en balde viví en él, de niño y de muchacho, y no dejé nunca de interesarme por sus hechos y sus hombres actuales, varios de ellos ilustres en la literatura, la política y la ciencia. Por todo esto, lector, me he visto de pronto, inesperadamente, honrado con uno de los títulos que más pudieran complacerme. El Ayuntamiento de la villa de Corcubión -dice así el diploma-, ‘‘unido al sentir general de sus habitantes’’, me nombra su hijo adoptivo. Alude a mis méritos literarios y señala mi predilección por aquel municipio. Exagera en lo uno, pero no en lo otro. Por todo lo cual no solo me otorga el nombramiento, sino que consagra un día entero al agasajo de mi persona. Ágape, discursos, flores y, como escena final, una conferencia del viejo amigo e hijo recién nacido de Corcubión...»
Y unos quince años después, sobre 1964 y en el mismo casino en el que fue entrevistado Alberto Insúa por F. Ramón Ballesteros, conocí yo al escritor -indirectamente, pues ya había fallecido- leyendo alguno de sus libros. Y el telón de fondo del descubrimiento que allí se produjo, fue el ruido de los jugadores de cartas del salón de al lado, en tanto permanecí encerrado en el pequeño habitáculo de la biblioteca, en la que recorrí, ansioso y concentrado las páginas de sus Memorias y descubrí el Corcubión de 60 o 70 años atrás, que yo no conocía. Y encontré individuos de los que nada sabía, como Don Pancho, Francisco Recamán Quintana, el práctico del puerto de La Habana que tanto quiso el escritor.
«-¿Podría decirme ahora por qué, dada su ascendencia gallega, y por lo tanto lo corriente de su apellido en Galicia como Insua, firma usted empero, Insúa?»- interrogó Ballesteros.
-«Bien sé que mi apellido paterno, Insua (isla en gallego y en portugués); no lleva acento. Yo se lo puse por capricho. Al iniciar mi vida literaria, mi maestra, la condesa de Pardo Bazán lo aprobó, por parecerle eufónico. Ya es tarde para rectificar. Los tipógrafos de fuera de Galicia le ponen el malhadado acento a todo el apellido Insua». Un requerimiento del entrevistador que aún hoy en día siempre hay quien repite.
«El negro que tenía el alma blanca», su obra más exitosa
Gracias a la amistad de su padre con el práctico del puerto de La Habana, don Pancho, Insúa mantuvo estrecha relación con Corcubión: «Entre los amigos de mi casa -dice en sus Memorias- predominaban los paisanos de mi padre. Gallego era, coruñés, de la villa de Corcubión, don Francisco Recamán -Quintana-, avezado marino y práctico entonces del puerto de La Habana. Todos le llamábamos don Pancho. Era un hombre no muy alto, pero vigoroso. En su cara curtida, los ojos, de un gris azulenco, no podían ser sino los de un marino, los de un hombre que había navegado por todos los mares del orbe. Eran tan recias sus manos que partía una nuez con solo apretarla entre el índice y el pulgar. Al mismo tiempo, con aquellas manos de acero y un cortaplumas, una sierra y un martillo minúsculos, construía unos barquitos preciosos, de vela, en los que no faltaba ningún detalle: goletas, fragatas y bergantines en miniatura que enarbolaban siempre la bandera española. Don Pancho me quería mucho. Ya en 1890, durante nuestra temporada en Santiago, había venido a buscarme desde su villa natal, donde pasaba unos meses con permiso, para que yo conociera Corcubión, lugar en que transcurrieron los días más libres y venturosos de mi primera y segunda infancia...»
En agosto de 1956 volvió a preguntarle F. Ramón Ballesteros: «-¿Cuál de su obra es para usted mismo la predilecta y cuál la que mayores beneficios económicos le ha reportado?
-Mí libro predilecto es El Capitán Malacentella, cuya acción transcurre en Santiago y La Coruña. El que me ha producido mayores ganancias es El negro que tenía el alma blanca, traducido a nueve idiomas, llevado tres veces al cine y una al teatro.
-¿Cuántas novelas habrá usted publicado?
-Novelas largas pasan de las cincuenta, pero perdí la cuenta de las novelas cortas, los cuentos, los artículos, las obras teatrales que he escrito en mi vida.
-¿La que le ha dado más éxito?» Repreguntó Caparrós.
«-El negro que tenía el alma blanca, sin comparación». Fíjese que se habrán vendido más del millón de ejemplares desde su publicación, que ahora van a hacer su tercera versión cinematográfica y que la han adaptado al teatro. Está traducida a nueve idiomas y aun hoy podría vivir solo con lo que ella me proporciona cada año».
En fin, un autor de prestigio y un referente literario de aquel tiempo que plasmó en sus libros muchas de esas vivencias desde los inicios del siglo XX hasta su muerte en 1963. Y sobre esas vivencias, sobre lo que vivió, vio y soñó, serían todas las preguntas en la entrevista que nunca podré hacerle, por no estar ya entre nosotros.
Me quedan, eso sí, sus palabras: «Prefería pasear con don Pancho: ir de su mano, por la carretera, contemplando la ría exhausta y fangosa en la bajamar, entre Corcubión y la villa frontera de Cee; pasar un buen rato en el muelle, sentado, de charla con los pescadores o el patrón barbudo de alguna goleta; entrar en el Casino, subir hasta el Campo de la Viña, dar un rodeo por las huertas... Si, el Corcubión de ayer..., el que me emociona, el del poso de nostalgia».