Los días difíciles de varios valedores de Corcubión

luis lamela

CORCUBIÓN

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GALICIA OSCURA, FINISTERRE VIVO | Jóvenes que sufrieron los rigores de la dictadura acabaron en cargos de relieve

07 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Con el golpe de Estado de julio de 1936 en A Coruña, varios adolescentes corcubioneses seguidores de Pepe Miñones y colaboradores en la campaña del plebiscito del Estatuto de Autonomía, ocultaron la bandera republicana que ondeaba en el mástil del Liceo de Artesanos bajo la tarima del escenario. Permaneció escondida allí durante meses. No obstante ignorar este asunto, el falangista de Zas Manuel Blanco Suárez, uno de los peones de la represión física ejercida en Corcubión en agosto de 1936, y Chete Blanco Abella, el hijo de Salvador Blanco Corbacho, procedieron a detener a unos adolescentes por su cercanía al miñonismo: Ramón Fernández Buján, Chete de Vara; a Ramón Pais Romero y a Juan Romero Canosa, con alrededor de 16 años de edad los tres.

Los falangistas les amenazaron con una pistola y obligaron a levantar las manos, para después introducirles en el portal de la Ayudantía de Marina. Asustados, escucharon cómo el hijo del teniente de la Guardia Civil, Rodrigo Santos Otero, les gritaba amenazante: «¡Estamos en guerra y la vida de una persona no vale nada!...». Pero la cosa no fue a más, y les dejaron en libertad llevándose el miedo en todos los poros del cuerpo.

En otra ocasión, Justo Fernández Buján, hijo del miñonista Joaquín Fernández Vara, y Ramón Pais Romero fueron obligados a comprar en la farmacia dos pesetas cada uno de aceite de ricino, y en el cuartel de la Guardia Civil, obligados a bebérselo con las subsiguientes consecuencias fáciles de imaginar. Y José María Abelleira recibió una fuerte paliza, y también la Piculita, y detuvieron y encarcelaron a varios sindicalistas durante meses en tanto se tramitaba su causa para ser sometidos a un consejo de guerra. Y la cosa no fue a más, hasta que en enero de 1937 ocurrió una tragedia. Al hijo del miñonista Segundo Rey, Luis Rey Muñoz, también de 16 años y estudiante de bachillerato en la Fundación Fernando Blanco, le agredieron unos falangistas cuando cruzaba a pie la seca de Cee camino de su casa en Corcubión.

El joven Luis Rey
El joven Luis Rey archivo lamela

A resultas de complicaciones surgidas, Luis falleció unos días después y en su entierro, celebrado el 16 de enero de 1937 con numerosa concurrencia, el féretro fue conducido al camposanto por sus amigos Joaquín Fernández Buján, Pedro Abelleira, José Fernández y Andrés García, mientras las cintas eran portadas por Manuel Insua, Carlos Xoubanova Blánquez, Justo Fernández Buján y Ramón Pais Romero.

Doctor en Derecho

En tanto esto ocurría, en Corcubión pudieron refugiarse en el domicilio de Florentina Blánquez, oriunda de Palencia, y esposa de Ricardo Xoubanova, un marinero viudo que consiguió un pequeño patrimonio en la emigración en Cuba y EE.UU., dos hijos de un antiguo notario y Juan Polo Hurtado. Uno de ellos, Marcial Polo Díez, nato el 31 de marzo de 1905 en Cevico de la Torre (Palencia) y casado después con Victorina Campos Retana, se había licenciado en Ciencias Económicas y obtenido el doctorado en Derecho, y ejercía de abogado del Cuerpo de Intervención de la Armada, destinado en Ferrol. Fue este el que más relación mantuvo en años posteriores con los hijos de la antigua tata Florentina, en especial con Carlos Xoubanova Blánquez.

Durante la guerra, Marcial fue depurado de su puesto de trabajo por un suceso o incidente acaecido el 20 de julio de 1936 en el cuartel de los Dolores de Ferrol durante el levantamiento militar, y en el que intervino también Carlos Xoubanova, pero del que desconocemos su desarrollo. Marcial vivió dificultades en un tiempo en el que el patriarca de los Polo ya había fallecido, y por esas circunstancias decidió, junto con su esposa, buscar en Corcubión el abrigo protector de la antigua tata Florentina, que les acogió en su casa, naciendo allí una de sus hijas. También estuvo Antonio Polo Díez, quien fue depurado de su cátedra en la Universidad de Oviedo. Terminada la guerra, los franquistas revisaron los expedientes y a Marcial lo pasaron a situación de «retirado» el 8 de marzo de 1940 y Antonio pudo recuperar su cátedra aunque fue obligado a cambiar Oviedo por Granada.

Escuela de Orientación Marítima, donde Pais daba clase
Escuela de Orientación Marítima, donde Pais daba clase archivo lamela

En esos años de la contienda se forjó otro tipo de relación, mucho más estrecha, entre las dos familias, los Polo Díez y los Xoubanova Blánquez. Y muchos años después, el 9 de mayo de 1958, Marcial Polo fue nombrado director general de Empleo, el primero que existió de este organismo dependiente del Ministerio de Trabajo, y el 19 de abril de 1961 le fue concedida la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, cesando en dicha dirección general el 20 de julio de 1962 por disposición del ministro José Romeo Gorria.

La adaptación fue una de las alternativas viables para seguir viviendo

La mayoría de los adolescentes objeto de esta crónica, y que habían ocultado la enseña republicana del Liceo de Artesanos, desarrollaron con el tiempo sus profesiones u oficios, unos en el pueblo y otros emigrando, aunque de estos últimos hubo quien pudo regresar. Fue el caso de Ramón País. Después de haber sido alistado en el ejército rebelde, intentó estudiar Náutica en Bilbao y terminar Magisterio, desempeñó su profesión en Asturias, en donde contrajo matrimonio y fue testigo del sufrimiento de la población represaliada. A su regreso, fue destinado a la Escuela de Orientación Marítima, actuó también de agente de la compañía Mediodía de Seguros en la zona y colaboró en actividades culturales, deportivas, festivas o sociales, entre ellas la organización de las famosas regatas de traineras iniciadas en 1949, en un intenso activismo cívico, pero sin llegar a afiliarse a Falange por no sentirse afín a los postulados de la organización. Y durante la posguerra se mantuvo al margen de cualquier circunstancia relacionada con la política.

En aquellos días, la mayoría de los españoles intentaron amoldarse al sistema para poder continuar con sus vidas. Con el paso del tiempo, y de forma progresiva, la dictadura acabó aceptando la incorporación de los llamados vencidos a determinadas responsabilidades locales, provinciales o estatales, a medida, y según su propia interpretación, la identidad que les convertía en enemigos fuera aniquilada. Esto posibilitó que muchos adoptasen una actitud de consentimiento hacia el régimen, aun cuando careciesen de una concordancia ideológica plena con él. Pero, en todo caso, fue un proceso de atracción de los indiferentes y de seducción de quienes, sin alcanzar la consideración de «elementos destacados», hubiesen podido figurar en el campo de los contrarios, y que, pasados 20 años de la guerra, se mostrasen dispuestos a no poner en cuestión los valores últimos del sistema. Toda una necesidad pragmática, fundamentada en la ausencia de alternativas.

Y uno de los ejemplos fue el nombramiento, tanto de Marcial Polo Díez como director general de Empleo, como de Ramón País Romero, como alcalde de Corcubión, a mediados de los años cincuenta del pasado siglo, sabiendo cada uno, por separado, que la ostentación de la aceptación y la participación entusiasta podía servir para ser considerado uno más en la comunidad de los vencedores, aunque no existiera esa concordancia ideológica con el régimen.

Los dos personajes tuvieron muy presente el coste de oportunidad de disentir y sopesaron los incentivos que el Estado ofrecía: la adaptación era una de las alternativas viables para continuar viviendo en un marco político totalitario. Y los dos lo aceptaron, aunque Ramón País intentó verse como un servidor de su pueblo y no del régimen vigente. Pero, le quedaba un largo camino.