Una pila de mármol de Carrara en Corcubión

Luis Lamela

CORCUBIÓN

ARCHIVO DE LUIS LAMELA

Sección Galicia oscura, Finisterre vivo, de Luis Lamela | La trajo un rico navegante de Venecia

27 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

«La pila donde se bautizan los corcubioneses es de auténtico mármol de Carrara. Tiene su historia, que es la siguiente: un rico navegante corcubionés que iba a ser padre, prometió a su esposa que su hijo sería bautizado en una pila de mármol de Carrara, hecha de una sola pieza. Entonces Corcubión enlazaba por mar con los puertos mejores, en este caso Venecia. Y la pila vino, y en San Marcos está» (Pedro de Llano, Bocelo, en La Voz de Galicia del 27 de julio de 1965). 

La memoria de lo leído es más frágil todavía que la de lo vivido, aunque existen excepciones. Yo no soy coleccionista de libros antiguos ni de ediciones valiosas, pero algunos tomos, principalmente las Memorias del escritor cubano-español Alberto Insua, que conservo en mi biblioteca, tienen para mí un valor de juventud y un interés que sobrepasa la emoción de su lectura: me llevaron a conocer la historia de algunas gentes que habitaron mi pueblo, sepultadas en la vieja neblina que todo lo cubre, la del olvido. Gentes que abrieron el camino por el que después nosotros transitamos. Y por el que otros transitarán tras nosotros. 

Corcubión es uno de los pueblos más al oeste de España, al borde del océano Atlántico, el pueblo en el que nací y crecí junto al mar y en el que empecé a construir mi historia. En el que aprendí a oír, a ver, a pensar, a sentir... cuando todavía las posibilidades, y los caminos, quedaban muy abiertos. En él, empecé mi viaje.

 Recuerdos en los caminos

No hay duda de que existe una dependencia con respecto a todo lo que conocemos en los primeros momentos: los campos, las calles y plazas, los olores, los vecinos y amigos.... No obstante, a veces me siento extraño en esa, mi geografía natal al recorrer sus calles en las que me aventuro por caminos hechos de recuerdos, y visito sus rincones contemplando algún viejo monumento, o todo su largo y vistoso malecón que frena las embestidas del mar. Y también algunos de los muchos escudos heráldicos con que blasona su historia, juzgándolos, más como observador que como antiguo vecino, pero siempre con una mirada retrospectiva invadida por la nostalgia. Y todo ello, en un viaje emocional en busca de la identidad.

Sé que en las calles de cualquier población queda cierta esencia de quienes las transitaron, que todas tienen una historia que contar de los individuos que las recorrieron o que en ellas vivieron, y que hoy ya no tienen voz. Y, si acaso, las imágenes de sus rostros solo perduran en la memoria de muy pocos. Y, es que, aunque la mayor parte de las gentes que las atravesaron están definitivamente ausentes, cada metro cuadrado de superficie de las calles y plazas guardan recuerdos entrañables: los recuerdos del paisaje, de familiares, de viejas amistades que seguimos por la vida distintos derroteros, también de los trasterrados o los que emigraron, de los viejos buenos o malos tiempos en los que formábamos parte de la juventud, de secretos del alma..., sí, sí; también, también…, como la tristeza por la pérdida de los progenitores.

Esos recorridos son como un viaje al punto de partida, y supone vivir en el pasado, porque los momentos más interesantes y hermosos ya quedaron atrás. En fin, que de vez en cuando es deseable echar la vista atrás a unos tiempos ya clausurados, y recordar rostros que fueron.