La cita más esperada. La gran sensación de conocer al milímetro un recorrido por el que había ensayado varias veces este verano. Qué placer ese que seguro reconocen todos los participantes del circuito cuando no tienen ni que armar la mochila ni que buscar aparcamiento. Cuando la meta está a pocos metros de casa y la has cruzado mil veces. Me tocaba ser anfitrión en la primera prueba tras el verano. Más tiempo para entrenarse, pero menos ritmo de ajetreo. Y entre unas cosas y otras, la previsión de abundante lluvia que al final nunca llegó. Porque los trayectos de Corcubión merecen ser disfrutados bajo el sol.
En la corta, lo peor estaba al principio. Lo sabía bien, pero me aceleré y tuve que pagarlo en un segundo kilómetro más lento que como lo había hecho en las últimas semanas. Menos mal que los amigos dieron fuerzas para los últimos arreones, que vaya si se nota eso de jugar en casa. Ni pensé en los tiempos, al llegar a meta, que habían sido peores que los entrenados, ni en el cansancio. Tumbado allí en plena Praza Castelao, me acordé de aquella primera edición, en la que un perezoso de siete años no podía ni imaginar que a los 28 se apuntaría a un circuito. Ya entonces corría Pablo Mira y, espero, que dentro de otros 20 años pueda ir a su ritmo. Ya le decía un señor a su compañera y a otro matrimonio mientras se levantaban del banco cuando pasaba la última corredora del 10K... «Pois xa está, o importante é que de aquí nun ano volvamos estar os catro pa vela». Ni resultados ni leches, al final lo importante es la compañía y, lo inmutable, es que, como en casa, en ningún sitio.