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Los mil hórreos que se resumen en dos

Juan Ventura Lado Alvela
J. v. Lado CEE / LA VOZ

CORISTANCO

Coristanco marca la división entre la tipología fisterrana y la más propia de Bergantiños

04 ene 2020 . Actualizado a las 22:24 h.

Es lo primero por lo que preguntan los peregrinos, casi siempre con la curiosidad por saber «¿quién vive en una casa tan pequeña?». Son objeto de estudio, seña identitaria, antiguo indicador del estatus socioeconómico, prueba del buen hacer de los maestros canteros durante siglos, elementos protegidos y, ya actualmente, elementos ornamentales, tanto a escala como a tamaño natural. Incluso ya se empieza a ver algún caso de utilización como alojamiento turístico.

Los hórreos -cabazos o cabaceiras, que son las denominaciones más habituales que reciben en la zona- están por todas partes, ahora muchos de ellos en situación ruinosa, y, aunque son comunes a toda Galicia y otras comunidades vecinas, tienen también aquí sus propias particularidades.

El profesor soneirán, Xosé María Lema les dedicó un libro en el 2010, junto a Carlos Fernández Concheiro: O hórreo atlántico ou fisterrán. Cabazos e cabaceiras da Costa da Morte e Barbanza, en el que trazan una línea, más o menos a la altura de Coristanco, que divide las dos tipologías fundamentales, aunque otros autores, como Ignacio Martínez, al que citan, establezca alguna más. Así, separan Bergantiños de Soneira y Fisterra, y lo hacen, según explica el propio presidente del Seminario de Estudos Comarcais Costa da Morte, atendiendo a una característica fundamental: si los de la parte norte de la comarca están levantados sobre celeiros, o suleiros, que es la forma alterada que también se utiliza en el habla popular y que sirven también para guardar las cosechas; los de la vertiente sur se erigen sobre pies y capas o tornarratos, que precisamente reciben ese nombre de la función que cumplen para impedir el acceso de los roedores a los cereales. Además, si los primeros tienden más a formas cuadrangulares, los segundos son especialmente alargados, al punto que algunos no llegan a tener un metro de ancho en el interior.

A partir de ahí se dan cita distintos materiales y también calidades, aunque predomina de manera abrumadora la piedra, ya sea profusamente trabajada por maestros canteros o utilizada tal cual se arrancaba del monte; en parte porque los que tenían la madera como elemento dominante resistieron peor el paso del tiempo.

Reflejo directo de la capacidad económica de las familias, las parroquias o los monasterios -el de Ozón es el más grande con 27,25 metros de largo- en una sociedad eminentemente agraria; como explica Lema daban la medida del poder de una determinada casa: «O dunha normal podía ter dous claros [vanos entre pies] os de tres ou catro xa eran dun casa forte». De hecho, en algunas zonas como la de Mazaricos, todavía se emplea la expresión «cubicar o hórreo», como manera de medir la capacidad financiera de una familia.

Construcciones de nombre romano que, ni mucho menos, llegaron aquí con el maíz

 Aunque lo más evidente sería relacionar el origen de los hórreos con el maíz, que es el uso primordial que los que subsisten en activo, nada más lejos de la realidad. Este cultivo empezó a introducirse en el siglo XVII y se generalizó por la zona en el XVIII, cuando, como documenta Lema entre otros estudiosos, tienen nombre de origen latino, ya aparecen en las Cantigas de Santa María e incluso hay vestigios de su presencia, con otra tipología, en campamentos romanos como el de Bande.