
Carpintero fino de Coristanco, es autodidacta y muy curioso por la cultura y el aprendizaje
24 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Antonio estaba ayer por la mañana leyendo la Gran Enciclopedia Gallega en busca de datos sobre la época en la que uno de los Fonseca estuvo preso en Vimianzo. Le gusta mucho leer, saber, pensar, curiosear y debatir. Y eso que apenas fue a la escuela, como tantos de su generación (nació el 6 de diciembre de 1935), pero es capaz de cubicar la madera de un monte o ahondar en temas de historia contemporánea. O en las más cercanas en su propia parroquia, por ejemplo las relacionadas con la capilla de Centiña con dos advocaciones, su magnífico retablo, o la imagen de una virgen manca, restaurada, que desapareció. Los méritos propios no los cuenta él, sino su orgulloso hijo, Manolo.
Ni siquiera los del oficio al que dedicó su vida, la carpintería, y además de los obradores clásicos, de los que preparan desde un chinero para la cocina hasta un carro. «Fixen moitos carros de vacas», resume. De los de antes, los que dejaban huella en el camino y algún canto si no se engrasaban. «Había que facelos ben feitos, coa dereitura no eixo. Pero non os facía eu só, eramos meu irmán e máis eu», indica. Ese hermano, que tiene 93 años, le dio las lecciones fundamentales. «El era carpinteiro de natureza. Eu fun máis á forza», bromea. Habla con mucho ánimo, con excelente lucidez, pese a que se desplaza en una silla de ruedas (o con apoyos) debido a una enfermedad degenerativa congénita, denominada Arnold Chiari.
Antonio recuerda cómo se seleccionaba la madera para cada elemento: «A de carballo, para os carros. Os mobles, de castiñeiro, e ás veces de cerdeira. A de pino, para portas e outros mobles. Agora xa usan aluminio ou PVC, xa non se fan os mobles coma antes, que se trataba ben a madeira. Moitas veces xa lle poñen unha chapa que non vale nada». No solo construía carros, sino que los reparaban y los «eixaban». Más tarde pasaron a fabricar los de dos ruedas de goma, para una o dos vacas. «E tamén para tractor, primeiro con estrutura de ferro e chedeiro de madeira, de eixe de desguace, e logo todo de ferro», con una soldadura de electrodos para múltiples usos. Fue la necesidad de adaptarse a los tiempos. «Cambiou todo moito», asegura.
Un juez, el Valedor do Pobo o el Gobierno
La carpintería no lo fue todo: «Tamén sei plantar unhas patacas», bromea. Y construir casas enteras, porque eso hicieron entre los hermanos (Antonio es el más pequeño de cinco) con cada una de ellas, y también un edificio en Carballo «subindo ao lombo os sacos de cemento». Todo, por necesidad, se hacía por medios propios, también las reparaciones mecánicas, porque no quedaba más remedio y por suerte maña no faltaba. La tenía hasta para mandar escritos a las autoridades cuando necesitaba algo, y lo hacía a máquina, con su Olivetti Studio 46. Los destinatarios podían ser de un juez al Valedor do Pobo, incluso al Gobierno. Y en muchos casos tuvo respuestas satisfactorias: hombre persistente, tenaz y convencido de pelear por cuestiones justas.
Seguramente mucho de ello lo heredó de sus padres, los labradores Manuel y Dolores. Manuel, antes de casarse, emigró a Montevideo, donde aprendió a hablar y escribir castellano y de paso a interesarse por el conocimiento y la cultura. Y tocaba el acordeón. Su mujer, Dolores, sabía confeccionar soltas de juncos para unir en corto a las vacas, que llevaba sobre la cabeza a vender a la feria de Carballo, por supuesto a pie. Y Manuel elaboraba cestos de vimio y cestas de paja y de silvas, destinadas al trigo. «Eran tempos nos que aínda se apañaba a naviña de toxo para vender, para sementar», recuerda. Y eso duró muchos años, por cierto.
En ese contexto, al hermano mayor, a Pepe, le tocó aprender el oficio de carpintero, en el que le acompañó Antonio tras cumplir en Melilla la mili. Y todo empezó en una muy modesto local, un de la casa de As Tarandeiras que se acabaría trasladando al bajo de la vivienda de Pepe, a pocos metros de la carretera comarcal, en el monte denominado O Cuarto Ferrado. Movían las máquinas con un motor Vellino de gasolina de segunda mano, con la electricidad que llegó en 1972.
Más de 15 muertos al lado de su casa en un tramo de kilómetro y medio
Antonio trabajó y vive a muy pocos metros de la carretera comarcal AC-552, y en concreto del tramo recto (ya en su parte final, antes del ascenso por la cuesta de O Carrizal en dirección a Fisterra) de O Mutilado. Una zona llena de tragedias, con más de 15 muertos en apenas kilómetro y medio desde los años 70. A Antonio le tocó vivir muy de cerca esos sucesos, no ya solo las muertes, que son las que más se recuerdan, sino innumerables accidentes. «Tiven que socorrer a moitos», indica. Hace tiempo que ya no ocurren siniestros. Sobre todo, por la construcción de la autovía, que ha reducido de manera importante el tráfico, sino por las limitaciones de velocidad (a 80, aunque él pedía a 50), las prohibiciones de adelantar y los nuevos hábitos de la conducción. Entre esos fallecidos le tocó ver a algunos muy cercanos, del mismo lugar. Y hasta de la misma casa. Fueron años tremendos, con circulación muy intensa día y noche. Y él lucho mucho para conseguir mejoras viarias: los arcenes, el carril de incorporación y desvío, los límites de velocidad... Hasta pidió a la Jefatura de Tráfico que se pronunciase «claramente» sobre la circulación de los tractores por la carretera comarcal, «para evitar multas arbitrarias». Antonio sufrió un accidente laboral en 1994, y otro de tráfico en Erbecedo trece años más tarde. Pero la esposa asumió la conducción y los paseos a las ferias de Carballo y Paiosaco nunca se perdieron. La tradición carpintera se acabó en él, porque no quiso que el hijo continuase el oficio, y prefirió que estudiase. «Foi o maior proxecto da súa vida», confiesa el vástago. Y tiene motivos para más cosas, pero esta es de la que más orgulloso se siente.