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«Un viaje de Santiago a Barcelona, yo solo, envuelto en una sábana, sin mis objetos personales»

La Voz CARBALLO / LA VOZ

DUMBRÍA

ARCHIVO FAMILIAR

Josep Boan falleció en un accidente de moto en Dumbría en agosto del 2020. Su madre relata, en primera persona y como si el autor fuese su hijo, la desolación de la llegada del cadáver de vuelta a casa

01 oct 2024 . Actualizado a las 19:29 h.

Josep Boan Rosanes falleció hace cuatro años, cuando tenía 20, el 9 de agosto del 2020, en Dumbría. Pilotaba su moto y un coche se lo llevó por delante. Su padre llevaba otra moto. Iba siempre delante, en aquel largo viaje a Galicia que serviría de preparación a otro más largo, más adelante, al Polo Norte. Ese día llegaron a Fisterra, y de vuelta hacia Santiago, Josep le pidió a su padre ir delante. En su camino, un coche en dirección contraria se lo llevó por delante. El conductor acabaría siendo condenado a dos años de prisión por homicidio imprudente.

Hace un año, la madre de Josep, María Pilar Rosanes, empezó a visibilizar este caso en las redes sociales, en particular Twitter. Este fin de semana aportó un nuevo texto, que se reproduce aquí, titulado El día después.

«Fue un 9 de agosto cuando mi padre y yo iniciábamos nuestro viaje de retorno a casa desde Galicia. Un conductor que no respetó los límites de velocidad en una curva, invadió mi carril. No pude hacer nada para evitar el impacto frontal: me mató. Mi padre vio como se lanzaba sobre mí. Solo un segundo. Punto y final para mí, pero no para mis padres para los que se abrieron las puertas del infierno. Y mis padres no son una excepción.

Josep, con su padre, en la Praia das Catedrais. La última foto que se hicieron juntos
Josep, con su padre, en la Praia das Catedrais. La última foto que se hicieron juntos Archivo familiar

Hay un día después de para todos los padres. Hay muchos días después, aunque todos sean el mismo.

Búsqueda de abogado que me defienda de mi homicida: «Sentimos mucho lo que le ha pasado a su hijo», «Nos pondremos en contacto con la compañía de seguros del causante». «Cobramos el 15% de la indemnización». «Debemos esperar las periciales y la instrucción». «¿El juicio? No antes de dos años o tres años».

Llamada del seguro. «Tasación» (Sí, estamos tasados por sexo y edad. Yo soy un hombre menor de 30 años. A partir de 31, el baremo es diferente). Una voz interroga a mi padre: ¿Su hijo tiene madre? ¿Cuál es su edad? ¿Algún otro hijo que viva en su casa ? ¿Edad? ¿Algún abuelo a su cargo? Mi padre contesta lacónicamente. Se despide y cuelga el teléfono. Con esos datos, alguien calculará el valor que tiene un hijo para un padre, para una madre, para una hermana, e ingresará el resultado de la suma en una cuenta bancaria, no antes de que mis padres firmen un papel renunciando a cualquier tipo de reclamación posterior (eso dice la letra pequeña que ellos no pudieron leer).

Llamada telefónica de la Guardia Civil. Interrogan a mi padre (al que dejaron solo con su moto en aquella carretera). Mi padre grita. No puede entender el porqué de tantas preguntas sobre mí, si yo no he matado a nadie. Aún no es capaz de procesar donde está ni qué ha pasado y aún así ha de contestar las preguntas hirientes de una voz sin rostro.

Trámites para mi retorno. Llegué a casa el 12 de agosto. Un viaje de Santiago a Barcelona, yo solo, envuelto en una sábana, sin mis objetos personales. Mi madre los necesita todos: mis botas marrones, las que siempre me pongo cuando he de conducir mi moto; el cinturón de piel estrenado aquellas mismas Navidades. La cazadora con protecciones que me regaló mi padre y que vestí por primera vez el primer día del viaje. Las Ray Ban, que desde los 15 años van conmigo a todas partes. Mi padre llama a la abogada. Las reclama al lugar de Santiago de Compostela donde me llevaron (lo siento, no puedo escribir el nombre de ese lugar tan desgarrador). Respuesta: las han destruido. Todo a la basura.

¿Y mi moto? ¿Donde está mi moto? Nadie nos llama. Nadie nos informa de nada.

Mi padre contacta con la Guardia Civil y reclama a Bagheera [nombre que le daba a su moto]. Es mía y ya ha esperado demasiado a que se la devuelvan. Se la llevaron para la investigación y no sabe nada de ella. Le contestan que está en un depósito. Le dan el número de teléfono de un taller. Mi padre llama. Le envían una foto: Bagheera está tirada en el suelo, a la intemperie, sucia de barro. Tramita su vuelta a casa. Mi moto llega unas semanas después, sin el sillín nuevo que estrené poco antes del viaje ni los retrovisores, que también eran especiales. Alguien se ha enamorado de ellos. Afortunadamente, a ese alguien no le gustaron ni mi llavero ni la llave, que permanecieron en el contacto ¿Por qué nadie nos ha avisado de que ya no la necesitaban? ¿Por qué nadie avisó a mis padres? ¿Qué más querían de mi moto? Una semana más y también hubiese desaparecido como mis botas, mi chaqueta, mi cinturón, mis gafas…

Y esto es solo el principio. Sal sobre cuerpos en carne viva… Ahora ya sabéis algo de lo que ocurre el día después de que un delincuente nos robe la vida en una de las calles o de las carreteras de este país. Solo es una muestra. Hay más, mucho más».