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«Mi perro se llama 'Billy' en homanaje a Billy Elliot»

Pablo Portabales
Pablo Portabales A CORUÑA / LA VOZ

FISTERRA

Luciano Gómez Pérez cumplirá este año los 60; desde hace 25 es director del centro.
Luciano Gómez Pérez cumplirá este año los 60; desde hace 25 es director del centro. paco rodríguez< / span>

El fisterrán aconseja a los padres que no fuercen a sus hijos a bailar si estos no disfrutan con ello

21 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hijo de un Guardia Civil y una modista, se dedica al mundo de la danza. «Mi historia es un poco como la de Billy Elliot porque mis padres no querían que bailara. Era peor mi madre que mi padre», recuerda sonriente Luciano Gómez Pérez, desde hace 25 años director del Conservatorio Superior de Danza de la Diputación. Es el único de cinco hermanos que se dedicó al mundo del arte. Nació en Fisterra, donde estaba destinado su padre. Ya en A Coruña estudió en el Masculino y el instituto de Monelos y ya tenía claro a qué se iba a dedicar. «Empecé con el folclore en el Ballet Gallego Rey de Viana, que era lo había entonces. Conocí a Carmen Roche y a Víctor Ullate y me fui tres años a formarme a Bruselas. Estuve en la escuela de Maurice Béjart», relata mientras toma un café solo en la terraza del Pescaíto en la plaza de María Pita, donde encendieron un calefactor para que charlásemos más a gusto.

Habla pausado y con gesto sonriente y amable. Viste de manera sport y elegante. En agosto cumple 60 años. «Los llevo bien. Voy asumiendo todas las etapas de la vida, pero ahora tengo la sensación de que el tiempo pasa más rápido». Reconoce que se cuida. «En las clases marco los ejercicios, aunque no puedo hacer lo mismo que los chavales. Camino, voy al gimnasio, a pilates... Cocino, que me gusta, de manera saludable. Tomo muchas frutas y verduras y hago cinco comidas al día. Comer de todo y poco es mi receta. Nuestra herramienta es nuestro físico», reflexiona. En 1990 se hizo cargo del conservatorio recién llegado de Estados Unidos donde bailó durante 11 años a nivel profesional. «Conocí a una chica americana, nos casamos y nos fuimos a Richmond. En una actuación me vio el director de una compañía y me fichó. Bailé en Indianápolis y después cinco años en el Tulsa Ballet, dos en el Dallas Ballet y por último en Hartford, Connecticut», relata. Fue entonces cuando decidió dejar de bailar y regresar a casa. Desde entonces formó a centenares de alumnos. «Sigo en contacto con los exalumnos que, con el paso del tiempo, me agradecen la base que les dimos aquí. Las chicas siguen siendo mayoría, pero hay más varones de los que solía haber y son muy trabajadores y de buen nivel», asegura Luciano, cuya frase más repetida en los ensayos es «vamos, vamos, que ya está ahí la Navidad».

Sin WhatsApp

Es de esos ciudadanos que no se descargó la aplicación de WhatsApp. «No me gusta que me molesten todo el rato. No quiero estar comunicado siempre. Soy sociable, pero necesito mis tiempos para mí. Para pensar necesito estar solo. Soy metódico y me gusta el orden», confiesa Luciano, que vive con su actual pareja, Juan, y su perro de seis años. «La mascota se llama Billy en homenaje a Billy Elliot», comenta sonriente. Le gusta ir al cine, al teatro y la música de Rachmaninov, Mozart, Bach o Beethoven.

Disfruta viendo una representación de Giselle y, en general, «de todo lo que esté bien hecho». Devora crucigramas y autodefinidos. «Los hago todo los días». Dice que su principal virtud es la fuerza de voluntad y su defecto más destacado es «que soy demasiado rígido conmigo mismo, aunque con los años me voy moderando».

Aconseja a los padres que no fuercen a sus hijos a bailar si no disfrutan. «Lo primero en esta vida es ser feliz», sentencia. Considera que el nivel de la enseñanza está bien, que hay muchas escuelas, pero «el único y gran problema es que no hay compañías donde puedan trabajar. En este país no se da el paso, como sucede por ejemplo en Gran Bretaña, de ver las artes como una industria», reflexiona este admirador de Baryshnikov. «Es mi gran referente de siempre», comenta.