
GALICIA OSCURA, FINISTERRE VIVO | Junto con otros patrones, contribuyó desde poco antes de los primeros años sesenta del siglo pasado al desarrollo de la pesca
15 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.«Cuando visité Finisterre por primera vez, hace ya bastantes años, me pareció que había visto un cementerio. No más limpio, no más alegre, no más frecuentado, no más rico... Cambió mucho, según pude comprobar en mi última visita. Su flota pesquera fue a más, y hoy su puerto acoge a 93 embarcaciones a motor, cuya pesca de bajura se cifra en los cincuenta millones de pesetas por año”. Pedro de Llano, Bocelo, en La Voz de Galicia, el 10 de agosto de 1967, periódico del que era director.
José Fábregas Calvo, O Güeso de Fisterra, es hoy el último patrón vivo de los legendarios que a partir de los primeros años de la década de 1960 localizaron y explotaron nuevos caladeros de merluza, como el de la piedra O Profundo, los del Cantil, Raxiño, Gurgullo, Pedro González... Y todos estos y otros cantiles o caladeros llevaron a la población de Fisterra a mayores cotas de bienestar social y económico, tal como apreció el citado Bocelo en su segunda visita a la villa del Santo Cristo. O Güeso contribuyó desde poco antes de los primeros años 60 del siglo pasado, al desarrollo de la pesca en Fisterra junto con patrones, hoy ya fallecidos, como José Insua, O Cullú; Juan Domínguez O Canario; José Canosa, Modesto Insua, Juan Castrege, José Haz... En realidad, la construcción a mediados de los años cincuenta del espigón, el área de atraque y las demás dependencias portuarias, fue lo que hizo que emprendedores fisterráns pudiesen adquirir barcos de más eslora, mayor calado y potencia, y poder salir a faenar a varias millas más allá, hacia el Atlántico del cabo Fisterra, y también podían resguardar sus barcos de los temporales del sur sin tener que subir las embarcaciones a las calles del pueblo.
En la actualidad, O Güeso anda alrededor de los 93 años y como último testigo de una importante época reproducimos algunas de sus declaraciones que hablaban de la situación de la pesca y de los marineros en un tiempo ya lejano, en 1967. De una flota, la de Fisterra, que en aquel año estaba compuesta por 93 barcos tripulados por unos 450 hombres, en los que había motoras con todos los adelantos del momento, de entre los 12 y los 130 caballos de potencia, y tripuladas con 12 a 20 hombres cada una. Precisamente, a José Fábregas lo entrevistó en el mes de febrero de 1967 para La Voz de Galicia el corresponsal en la villa del cabo, Manuel Louro, y el ahora viejo pescador, entre otras cosas, se expresó así: «En aquel entonces disponíamos de los avances técnicos que necesitaba una flota pesquera para ser rentable. Pescábamos merluza, congrio y abadejo y solíamos utilizar como aparejos las volantas, el pincho y el palangrillo y variábamos de acuerdo con las épocas del año. (…) Salíamos sobre las cinco de la madrugada y largábamos en el lugar elegido, a unas 18 a 20 millas fuera del Cabo. Regresábamos a las cuatro o cinco de la tarde y luego procedíamos al atado de los aparejos. Los ingresos, según la pesca, variaban mucho. Pero un marinero podía ganar de seis a ocho mil pesetas mensuales. Y el patrón de dos a tres veces más».
Dinero, pero duro
Muchos años después, y ya retirado de las faenas del mar, sentado en la mesa de un bar para recordar las otras tardes, levantando frecuentemente la vista para contemplarlo, en noviembre de 2008 en una entrevista a tres de los citados patrones que suscribió A. Bruquetas para La Voz de Galicia, José Fábregas, que había arado el mar de Fisterra desde los diez años, declaró que en aquellos lejanos tiempos «había mucho pescado, pero era muy complicado llegar -a puerto- cuando se cerraba de niebla. Algunos barcos aparecían al norte de Fisterra. Recuerdo uno que llegó hasta las Sisargas» (…) «El que trabajaba hacía dinero, pero era muy duro».Estas palabras son un pequeño ejemplo de los últimos testimonios de una importante época para Fisterra, los testimonios de un, a veces, samurái del mar, que, en todo momento, fue consciente del medio hostil en el que trabajaba. Y José Fábregas, al que hoy ya no se le ve paseando por las calles de la villa del Santo Cristo, continúa recordando viejos tiempos desde su imposibilidad actual para pelear con el mar encrespado o con los fuertes vientos invernales que tantas y tantas veces toreó y salió ileso. Aún recuerdo la larga conversación cuando me contó su participación en la búsqueda de desaparecido Bonito y sus hombres en 1960... En fin, que es el último lobo del mar fisterrán. Buena mar de popa y buena travesía con las últimas ardentías de este mar solidario, boscoso, brumoso y retador, también traicionero, le deseamos al viejo patrón fisterrán, al Güeso...