



Galicia oscura, Finisterre vivo | En el 1950, la Dirección de Turismo encargó a un fotógrafo varias vistas de Fisterra y alguna de la talla del Santo Cristo
22 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Un cabo, un faro, un fin del camino... Y, en frente, el monte Pindo.
Y navegar por estima, a simple ojo marinero, subir a cubierta rodeado de noche y niebla, oyendo resonar la resaca en las invisibles y cercanas restringas de la costa litoral en mitad de una niebla espesa... Nada falta, nada sobra..., es el mar y el paisaje indómito de Fisterra.
En el año 1950, en plena posguerra española, la Dirección de Turismo encargó a un fotógrafo varias vistas de Fisterra y alguna de la talla del Santo Cristo: «Solo para verlo con detalles», confesó el fotógrafo designado. Y una vez efectuado el encargo, el retratista remitió una misiva a un familiar que residía, transitoriamente, en Gijón, comentándole que, al Santo Cristo, «le cogí unos cuantos pelos que te envío dos o tres en este mismo sobre, envueltos en papel celofán, fíjate. Nos costó trabajo bajarlo, pues pesa unos 80 kilos por lo menos y verdaderamente es muy curioso visto de cerca, el detalle de los dientes ensangrentados igual que la barba y la lengua, que está suelta y de tal forma que parece no una talla sino de una persona»...
Cosas, las que cuenta este fotógrafo fisterrán, Francisco Muñoz Rodríguez, que no nos pasaron desapercibidas. Lo que no dice el retratista es sí la talla se quejó con el tirón de pelos —nótese la ironía, no es mi intención ser irreverente—. Y, es que, a veces, desempolvar cartas trae historias como esta; microhistorias que no pueden quedar en el silencio y en el más profundo olvido. En fin, detalles que hacen vida, una riqueza de imágenes y pormenores que sus protagonistas vivieron con cierta emoción, y también con sumo respeto. O, eso se trasluce del texto.

En las circunstancias más duras de la vida, el ser humano necesita un poco de esperanza, sus misterios y sus trasfondos. Pero, curiosamente, son las sociedades laicas y civiles las que más afianzan la tradición religiosa. Y por eso debajo de las viejas andas que recorren procesionalmente nuestras calles, y las de toda España, siempre existieron repúblicas de ateos y creyentes, beatos y agnósticos que ponen el hombro común a la tradición. Y esto quizás suceda también en las calles de Fisterra en la época del «oro del toxo», en Semana Santa, cuando los pasos de sus imágenes procesionales resuenen por los adoquines del pueblo.
Pero, sí, no existe duda alguna: al final el fotógrafo fisterrán describió la realidad...