Pepe Mouzo: «O verán que montaron o repetidor de Vimianzo instalamos 80 televisores»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

VIMIANZO

ANA GARCÍA

Personas con historia | Este vimiancés tuvo una intensa vida social en la capital de Soneira y su entorno

18 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

José María (Vimianzo, 1950) es el mayor de los Mouzo Lavandeira y uno de los miembros de la Santa Sede, la conocida pandilla a la que también pertenecieron su padre y su tío y que se fundó un año antes de que él naciera. «Era o benxamín, pero estaba con eles. Chamábase así porque iamos de capela en capela», explica con sorna y apagaban su sede a base de conversación, chanzas y tazas. El recorrido era permanente. «Empezaba normalmente no Castillo e remataba no 28, ao lado da estrada de Camariñas», explica.

Al margen de los momentos de divertimento, la relación de José María con su padre también se basó en el trabajo. Los fines de semana y en las vacaciones acudía a la capital de Soneira para colaborar en el negocio familiar de venta de electrodomésticos. Había mucho que hacer. «O verán que montaron o repetidor de Vimianzo instalamos 80 televisores», explica. Sería el año 66. La señal había llegado a la zona, pero muchas casas todavía tenían mala recepción. Aquella antena cambió mucho las cosas.

José María tenía ya 25 años cuando su padre lo responsabilizó de parte de los televisores, mientras él y su esposa se ocupaban del comercio y de los otros electrodomésticos, pero era demasiado trabajo. «Daquela instalar unha antena levaba medio día», explica, y él ya tenía su propia carrera laboral, en una empresa de sistemas telefónicos.

A pesar de eso, la conexión con sus mayores fue estrecha. En el grupo estaba su tío, muy aficionado a gastar bromas, pero muy reticente a sufrirlas. Todavía se ríe con la que le gastaron a un vecino muy de izquierdas que construyó un edificio con un espacio en el centro. Les dio por llamarla la plaza Roja, como la de Santiago. Para la inauguración se vistieron de obispos y arzobispos y repartieron bendiciones. Cuando llegó el momento y el propietario abrió la cortinilla para mostrar la placa se encontró con que habían pegado sobre ella un papel con otro nombre. Habían escrito plaza del Generalísimo. Una de las mitras que se utilizaron en aquella representación aún se utilizó en el último Asalto ao Castelo.

Otra de las costumbres del grupo se instauró ya en 1949 en Reira. Hasta el covid celebraron una comida campestre anual en la playa de Reira, que al principio era con otro grupo, de A Ponte do Porto. Las dos pandillas coincidieron pescando en las inmediaciones del arenal camariñán. Los de Vimianzo llevaban todo preparado para hacer una paella y los otros se unieron. Solo se habían olvidado del agua por lo que la hicieron con gaseosa. Fue un éxito. Él empezó a ir a Reira con 16 o 17 años. Fue entonces cuando lo aceptaron porque no podía haber una inauguración hasta que no se produjera una baja por fallecimiento. Recuerda que ocupó el lugar de Alejandro Lema Trillo. Los de A Ponte do Porto fueron dejando de acudir, porque eran más mayores, pero la Santa Sede continúo una tradición que cumplían habitualmente a medidos de julio.

José María ahora solo camina, pero fue un buen deportista. Jugó al fútbol primero en el María Pita de A Coruña, «sen ter a idade, camuflado». Después militó en las filas del Soneira. Recuerda un día que jugando en Baio, de defensa, lo acabaron poniendo de portero y en esa posición estuvo varios años. «Non era moi bo», dice. Mejor lo hacía probablemente en el tenis y el pádel y en los últimos años se ha especializado en andar a una media de entre 12 y 14 kilómetros diarios repartidos entre la mañana y la tarde. Ahora que está en fase de recuperación apenas supera los tres.

Padece del corazón, lo mismo que su padre, su abuelo y varios hermanos

A José María le han dado hace solo unos días el alta en el hospital. Tuvo un problema de arritmias. El corazón ha sido el gran talón de Aquiles familiar. Su abuelo murió en el monte de un infarto y su padre, en el coche, camino de conseguir la asistencia sanitaria que necesitaba. También su hermano Roberto, mucho más joven que él. Juan Carlos logró, como él, superar también un episodio grave. «O que ten cu ten medo», reconoce. El que murió más joven fue el conocido pintor, Antón. Además está Silvia, la única mujer y la segunda en el orden fraternal.

Hace dos años que no acuden al Asalto ao Castelo. Explica que la última vez le cayó muy cerca el ariete con el que los sublevados vencieron las defensas de la fortaleza. Reconoce que se asustó y considera que no tiene edad ya para correr esos riesgos.

Sin embargo, ha sido, y continúa en ello, un hombre divertido. Con solo 11 años ya lo mandaron a estudiar a A Coruña. En Vimianzo no había instituto y al principio fue a una pensión. Reconoce que fue todo un descubrimiento para él. Tenía toda una ciudad ante él y la libertad de disfrutarla. «Xuntábame co mellor de cada casa. O primeiro ano foi ben, o segundo, a medias e o terceiro ía máis au cine que outra cousa», explica. A pesar de eso terminó el bachillerato en la Escuela Maestría Industrial en A Coruña, hizo el Preu, el curso de formación de las pruebas de acceso a la universidad, fue a la mili, donde le ofrecieron trabajo, y acabó especializándose en electrónica.

Su vida está entre A Coruña, con hijas y nietos, y Vimianzo, donde ahora se recupera y donde ha vuelto a sus caminatas. Ayer superó los tres kilómetros.