Severino Suárez: «Curas polacos estendían as sotanas no chan para que nos sentásemos»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

VIMIANZO

CESAR QUIAN

Personas con historia | El arcipreste de A Coruña, nacido en Carnio (Vimianzo), recuerda que Juan Pablo II «impresionaba»

16 dic 2024 . Actualizado a las 18:54 h.

Severino Suárez es arcipreste de A Coruña y el mediano de una familia numerosa del lugar de Carnio, en Vimianzo, donde nació en 1948. Su padre era «un home con iniciativas para ser dunha aldea pequena». Fue concejal y promotor de una de las primeras concentraciones parcelarias de Galicia, entre otras cosas. Cedió para escuela la casa a la que se iba a mudar la familia hasta que la concentración educativa la cerró. «Era un home con visión de desenvolvemento futuro», una figura tan importante para Severino Suárez que si bien su desaparición no determinó su futuro como sacerdote si lo hizo más maduro y responsable. «Houbo que ir avanzando».

El padre de Severino Suárez falleció de un ataque al corazón cuando él estaba en Suiza. «Foi unha gran dor, sentía a orfandade». Había acudido a visitar a un hermano y con el ansia de conocer algo de mundo. Buscaba trabajitos para pagarse sus cosas. Primero trabajó en una fábrica de cervezas y después en la hostelería. En Lausana estuvo en el Metropol, un gran restaurante donde tenía como jefe a Gonzalo Gurriarán. Años después, en sus prácticas de sacerdote, se lo encontró en la capilla de A Toxa. Uno se había hecho cargo de la parroquia de O Grove y el otro dirigía el Gran Hotel.

Tras la muerte de su padre, Severino continuó en el seminario gracias a las becas. Reconoce que aprendían mucho, pero los estudios no estaban convalidados con los del Estado, por lo que tenían que hacer un examen de todas las materias. Duraba un día. «Éramos moitos. O catedrático de Literatura Varela Jácome facía a proba e antes de empezar dixo que estudábamos moito, pero que o que había que facer non era iso, senón comentarios de texto. Resulta que fora o que fixeramos todo o curso. Foi polas mesas mirando e tivo que volver a falar. Dixo que retiraba tódalas palabras que dixera e que nos felicitaba», explica.

De todas las personas que ha conocido a lo largo de su vida probablemente la que más le impactó fue Juan Pablo II. Lo tuvo muy cerca en el encuentro en Lavacolla. «Impresionaba a figura. Era un home cun dominio da escena, sabía cando había que levantar a voz...», explica.

Llevó un autocar lleno al encuentro con los jóvenes en Czéstochowa, en Polonia. «Aquilo aínda estaba arrasado do comunismo», explica. Los acompañaba el arzobispo Antonio Rouco Varela y como deferencia les ofrecieron alojarlos en un colegio. «Non tiña portas. Para ir ao servizo alguén inventou poñer un paraugas aberto. Era dunha pobreza extrema», explica.

Las cosas se les complicaron. «Non había xeito de entenderse, era unha torre de Babel, non podiamos nin pedir a comida», explica. Pero lo que más le llamó la atención fue lo serviciales que eran los sacerdotes jóvenes. «Curas polacos estendían as súas sotanas para que nos sentaramos», explica. Así eran las cosas en aquel campo inmenso, a mediados de agosto, donde la gente caía desmayada de puro agotamiento tras días sin dormir y comiendo muy poco.

Les salvó Rouco Varela porque de vuelta, cuando pasaron a Alemania les condujo hasta un convento de monjas que conocía. «De algunha maneira puidemos resarcirmos, fixeron salchichas. E tamén puidemos usar piscinas. No outro lado era todo un sinvivir».

Antes, casi en la frontera, pararon en el seminario de la ciudad Gorzow Wielkoplski. «Fixemos unha colecta e lles deixamos todos os cartos polacos que tiñamos. Creo que co que lles quedou pasaron todo o ano», explica.

«Había algún profesor que falaba galego xa naquel momento»

Severino pasó de su casa y su escuela en Carnio al seminario menor con solo 12 años de edad. Venía de un ambiente en el que el gallego era casi única lengua, pero se encontró con que el ambiente de la institución santiaguesa era muy variada. «Había algún profesor que falaba galego naquel momento. Recordo a Manuel Espiña e a José Morente, que estiveron de canónigos», explica. Ya entonces habían traducido el Evangelio y había una gran inquietud cultural. Además, allí se formaban medio millar de jóvenes, por lo que había donde escoger por afinidades.

Severino es un hombre de trato muy abierto, con muchos amigos y asía era también de niño y en su juventud. Los recuerdos que tiene de la escuela son los de un escolar «avispado», al que le gustaba jugar, que no era de los primeros de la clase, pero tampoco de los últimos, aunque tras la muerte de su padre tuvo que ponerse a estudiar en serio porque las becas era exigentes.

No tuvo ningún problema para adaptarse al seminario. «Nunca fun unha persoa difícil para as relacións», dice. Además, allí tuvo la oportunidad de acceder a un mundo más amplio, en el que había una gran presencia de la música y el teatro, en el que se celebraban grandes festivales de villancicos antes de Navidad y en el que todos intentaban ser los mejores.

Algo de eso se le ha quedado. Lleva muchos años en la parroquia de San Francisco Javier, en la ciudad de A Coruña, que tiene fama porque los mejores coros ofrecen festivales allí. Además, ha puesto en marcha numerosos proyectos, como uno contra la soledad de los vecinos del entorno, entre otras cuestiones sociales.