«Lo peor son las fusiones, porque de los dos directivos solo puede quedar uno»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

ZAS

BASILIO BELLO

PERSONAS CON HISTORIA | Juan Manuel Pérez Santos, uno de los hijos del dueño de la taberna de Brandomil no solo auditaba la Citroën, sino que dirigió durante años importantes laboratorios farmacéuticos. Para ese trabajo de alto ejecutivo, muy exigente, dice que le ayudó el hecho de ser de gallego porque vemos «el cielo de distintos colores y no solo azul como ocurre en Madrid. Eso te ayuda en la vida, porque te das cuenta de que las cosas no son blancas o negras»

30 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«Soy gallego y eso es una ventaja en el sentido de que ser de aldea te da la flexibilidad que necesitas en la vida». Juan Manuel Pérez Santos (Brandomil, 1960) ha sido hasta hace poco alto cargo de grandes industrias farmacéuticas. Se ha visto en complicadas negociaciones en las que él era, en muchas ocasiones, la pieza a batir. «Lo peor son las fusiones porque de los dos directivos solo puede quedar uno», explica. Según lo pinta, parece un duelo del Oeste, trago por el que ha pasado hasta tres veces y no en todas ha salido completamente indemne. En una ganó el puesto, pero no la localización y se pasó dos años de puente aéreo entre Barcelona y Madrid.

La historia de este alto ejecutivo casi retirado comienza en la aldea de Zas hace 61 años. Sus padres regentaban «una pequeña taberna, donde compraban y vendían de todo», explica. Además, su padre trataba con ganado. La inteligencia y el gusto por el estudio de su hermano mayor no les pasó desapercibido al cura y al maestro, que se movieron para que el chico pudiera estudiar en el Seminario Menor de Santiago: «Él abrió el camino». Le siguieron sus otros dos hermanos varones y la niña, en otro centro. Para Juan Manuel, el internado con 10 años fue una bendición. Reconoce que no le gustaba nada el ambiente de la taberna, «con la gente allí fumando y bebiendo», sino que prefería estudiar. Tendía el chico a la intelectualidad, por lo que reconoce que ese tiempo en Santiago fue «una etapa muy bonita». Comenta que si no hubiera sido por esas becas y ese apoyo hubiera sido un «agricultor malísimo» o un «comerciante más o menos igual» porque todo eso no le «gustaba nada». Cree que el hecho de que él mismo y sus hermanos pudieran estudiar dada la situación familiar fue «un pequeño milagro».

«Para muchos niños, estar interno con 10 años fue muy duro porque no veían a sus padres, pero para otros era una oportunidad de salir de la miseria del pueblo, porque ahora la zona rural está muy bien y es muy agradable para vivir, pero entonces no había ni luz. Era penoso». La desventaja de estar en el Seminario Menor «era que apenas salías y no podías conocer chicas y para una persona tímida como era yo fue un handicap».

Brandomil (Zas)
Brandomil (Zas) ANA GARCIA

Sin embargo, hizo el último curso en el Seminario Mayor y ahí se le abrieron las puertas de Santiago. «Convivimos con los que iban a ser curas y empezamos un poco a salir de marcha. Ese fue un experimento que, para nosotros, fue muy bueno porque se convirtió en una época muy divertida, pero no salió muy bien. Allí había curas marxistas y del Opus que peleaban unos con otros y eso no invitaba mucho a las vocaciones».

De allí se fue a Económicas, carrera que terminó en Madrid, pero el trabajo lo devolvió a Galicia. Entre las posibilidades de trabajo que tuvo eligió Prince Whaterhouse Cooper, una empresa de auditorías. As ser gallego le enviaron a ocuparse de la Citroën, lo que hizo que pasara muchos meses en Vigo, pero también se ocupó de compañías más pequeñas de una zona que conocía, como Caolines de Vimianzo o la piscifactoría de Lires. Ahora solo vuelve para descansar. Sus hermanos tienen casa en Brandomil, donde él también tiene una propiedad, pero veranea en un piso de Fisterra, desde donde se reúne con la familia y también con amigos madrileños que son vecinos estivales.

«El 90 % de los profesores eran radicales de izquierdas»

Juan Manuel Pérez Santos fue alumno aventajado de Xosé Manuel Beiras Torrado. «Conseguí un 9,67 en Estructura Económica Marxista», recuerda. «Lo que aprendía -añade- lo validaba con mi padre. Después de escucharme con atención las explicaciones me dijo: ‘Si tengo dos vacas no creo que las vaya a compartir con el vecino más vago del pueblo’. Era un hombre práctico y a mí me sirvió para entender las cosas». Explica que en la facultad la mayor parte de docentes y alumnos eran «marxistas-leninistas-maoístas». Al menos así considera al 90 % de los profesores de entonces, a los que califica de «radicales de izquierda». En esa posición cree que estaban el 70 % de los alumnos.

Las cosas cambiaron cuando se fue a Madrid. «El 20 o el 30 % de los estudiantes eran de Fuerza Nueva. Era increíble porque se reunían para, literalmente, ir a pegarle a los rojos». Fue allí, en la capital de España donde hizo el máster que le ayudó a estructurar una carrera que pasó también por Casa, la empresa constructora aeronáutica».

Después ya estuvo siempre en farmacéuticas y hoy es inversionista. Reconoce que estas empresas generan mala opinión, pero también recuerda algo que vio a la entrada de un laboratorio en Barcelona. «Allí se recordaba que al principio del siglo XX la esperanza de vida en España era de 30 o 40 años y que al final superaba los 80 y eso ha sido en gran medida a las farmacéuticas».

Explica que también se ha sentido algo incomprendido como directivo, cuando ha estado a punto de irse a la calle como les pasó a otros muchos, sobre todo tras las fusiones, y se produjeron unas cuantas.