El Lugo encontró en el Tenerife el verdugo ideal para hurgar en la herida de Montilivi. Sin suturar y en plena hemorragia defensiva, los tinerfeños encontraron en la retaguardia lucense un filón. Con dos sencillas fórmulas: fútbol directo en los saques largos de Roberto buscando las espaldas de los dos desafortunados centrales locales, a base de explotar la velocidad y envergadura de los puntas visitantes, Aridane y Ayoze, cuando no en los fulgurantes contragolpes. En ambos casos, la dicotomía de la defensa lucense era su lentitud y nerviosismo en los controles. Así, el habitual regalo de Pavón le dejó un balón muerto a Edgar, que ya pudo ser la sentencia del 0 a 2 en la primera parte, tras el madrugador testarazo de Aridane en el minuto 5, después de dejar expedita por la derecha la autopista brindada por Manu e Iván Pérez. Además, el Lugo siempre tejía el fútbol ofensivo en un estatismo desesperante. No bastaba que Pita fuese el timonel, porque cuando llegaban para Roberto los primeros centros desde la derecha percutidos por De Coz o Pablo Sánchez, nadie llegaba al remate. Ni Rennella, perdido, hasta que dio señales de vida en la única ocasión que apareció para servir una asistencia magistral para que Peña encontrase la red. La lesión de Dani Mallo dio entrada a José Juan, que protagonizó la segunda desdicha decisiva, en un balón dividido al que llegó tarde y aprovechó el habilidoso Ayoze. A partir de ahí, el Tenerife se limitó a contemporizar y aprovechó en pleno descuento otro contragolpe mortal. El Lugo retorna a las tinieblas (nueve goles encajados en los dos últimos partidos y uno solo a favor) y ese ya es un dato preocupante. Se acabaron las coartadas y Setién tiene que detener la caída libre. Urge y mucho.