Un punto de salvación obtenido sobre la campana. Justo cuando el partido moría con una nueva derrota a domicilio como saldo, una jugada individual dentro del área del defenestrado Sandaza provocaba un clamoroso penalti que era convertido por el infalible Manu. Inmersos como estamos en plenas fases de ascenso, el penalti tuvo un inconfundible sabor a Carranza, a 24 de Junio de 2012, a lanzamiento raso, ajustado al palo, a la derecha de un portero vencido de antemano por el temple del gran capitán. La casualidad ha querido que Manu haya anotado sus dos goles de esta temporada de penalti y contra el Hércules. Y si echamos la vista aún más atrás, el inicio de la andadura lucense por la Segunda División comenzó justo así: penalti transformado por Manu contra el equipo alicantino que dio los tres primeros puntos de la temporada pasada. Con un Hércules prácticamente descendido y un Lugo que, si no matemáticamente, ha asegurado su permanencia un año más en la categoría, es de valorar que la curiosa circunstancia anterior no podrá ser repetida a corto plazo. El Lugo ha conseguido su objetivo con enorme esfuerzo y mérito; otra temporada más en la élite del fútbol español no es poca cosa. Cosa distinta es el sabor agridulce que ha dejado la trayectoria de los últimos dos meses, con más sombras que luces y unos resultados que han impedido luchar por algo de mayor enjundia. Los nombres y el dinero claramente son importantes en competición, pero no definitivos. Un Hércules con una plantilla, a priori, de las mejores de la categoría, descendido. Un histórico Mallorca de presupuesto sideral, pasándolas canutas por mantenerse. Y un humilde recién ascendido con limitaciones de todo tipo como el Eibar, consigue el ascenso por primera vez en su historia. Esta es la grandeza del deporte: la competición pone a cada uno en su sitio con independencia de su nombre o el pedigrí que tenga. Competir de tú a tú, sin atenerse a guiones previamente establecidos, simplemente cultivar día a día el afán de superación, sin dejarse encorsetar por límites impuestos. Muy probablemente nuestra ciudad esté disfrutando de un lujo difícilmente mantenible en el tiempo, un lujo que debe ser paladeado con mimo y ser valorado por todos. Algo muy diferente es negarse a competir sin complejos y sin hambre por culpa del conformismo propio del que siente que está viviendo de prestado. ¿Por qué conformarse con un notable si es posible acechar el sobresaliente?