Su etapa en los banquillos tuvo como mayor éxito el ascenso del Lugo a Segunda División. Admite que el balompié ha cambiado mucho y defiende la calidad del jugador gallego
07 ene 2024 . Actualizado a las 23:11 h.1992 fue un año que dejó huella en el fútbol español. El Barcelona ganó por primera vez la Copa de Europa, y la selección logró la medalla de oro en los juegos de Barcelona. Y un equipo acostumbrado a tener la Segunda B como techo ascendía a la categoría de plata: el Lugo llegaba a Segunda División entrenado por Julio Díaz (Cesuras, 1948), un hombre que ya sabía lo que era afrontar otros ascensos. Llevar al Lalín y al Bergantiños de Tercera a Segunda B ya formaban parte de su trayectoria cuando se sentó en el banquillo lucense.
Su vocación se había despertado a finales de los setenta, cuando jugaba en el Ceuta. En ese equipo —jugó también en el Compostela y en el Díter Zafra, de Extremadura— vio que empezaba a introducirse la defensa en zona y que el deporte empezaba a cambiar.
Una grave lesión lo apartó durante meses de los terrenos de juego, pero lo acercó a la formación. Siendo jugador ya logró el primer título de entrenador. Luego vendrían estancias en clubes de toda Galicia —el Compos juvenil, el Atlético Ribeira, el Flavia, el Pontevedra y el Negreira además de los ya citados— y una larga etapa en la escuela gallega de entrenadores.
El entrenador y profesor era también empleado en la CRTVG, lo cual le daba cierta independencia económica. «Eu era un adestrador atípico, non vivía do fútbol», recuerda ahora Díaz. No tenía la presión de ganar para mantener el sueldo. Tampoco tuvo dificultades en tratar con grupos de jóvenes: «Sempre ía de fronte e resolvía eses problemas en conxunto», dice. Lo que ponía como norma básica era que los problemas se le expusiesen a él y los jugadores no lo puenteasen para quejarse a la directiva.
Son situaciones que se acabaron en el 2007, cuando dejó de entrenar. Admite que aquel deporte que tanto le dio es hoy diferente: «Cambiou moitísimo, e máis que vai cambiar». Cree que en esa transformación tiene mucho que ver la llegada de equipos árabes, llenos de reclamos en forma de millones de euros para captar jugadores europeos. Un caso como el de Gabri Veiga, que acaba de dejar el Celta para fichar por un equipo de Arabia Saudí, «é un antes e un despois no fútbol», dice Díaz.
No le sorprende el interés por jugadores de aquí: «Galicia é unha potencia en fútbol». Los gallegos, añade, solo precisan un poco de desparpajo para hacerse valer, ya que calidad no les falta.
Ahora prefiere ver partidos de categorías inferiores en directo y alguno en televisión. Disfruta de la tranquilidad de la aldea de Barouta, donde la preocupación por proteger sus manzanos y sus perales de velutinas y de pájaros es infinitamente menor que el agobio de una ciudad: «Non viviría en Madrid nin en Barcelona», asegura.